Capítulo veintidós

175 36 20
                                    


La mirada de Christen era intensa, la típica que intimidaría a cualquiera (si, a mi también), la mirada que te hace sentir pequeñita y que te encojas en tu lugar.

La mirada que tenía justo en ese maldito instante.

—No me puedo creer que hayas venido con Christopher —murmuró.

—Él insistió —me defendí. Ese era un claro ataque hacia mi persona, no podía dejarlo así—. De todos modos, eso a ti no debería de importarte.

—En ningún momento dije que me importara.

—Lo has mencionado, es razón suficiente, si no te hubiera importado lo habrías pasado por alto —dije, poniendo mi mejor mirada retadora—. ¿No crees?

Me sostuvo la mirada, incluso a la distancia era capaz de ponerme nerviosa, pero intenté con todas mis fuerzas no desmontar cobardía. Yo no era de esas que decían algo y se arrepentían al instante. No importaba qué hubiera dicho, como si fuera la mayor tontería del mundo, yo iba a defenderla con uñas y dientes porque no me gustaba perder, ni tampoco admitir que me había equivocado.

—Lo que creo es que en vez de conocernos con el tiempo, nos desconocemos.

—No has mostrado el mínimo interés en conocerme, no vengas ahora con esas.

—Si no mostrara interés no estarías ahora mismo en mi casa, ni me habría quedado con tu ropa, ni te habría salvado en el examen de gallego, ni habría puesto mis ojos sobre ti —señaló, levantándose del sofá—. Si esto no es interés, entonces dime tú.

Mierda.

¿Christen acababa de decir que estaba interesado en mí?

¿Se habría drogado o algo? Porque el que yo conocía no diría nada de lo que él había dicho.

Quizá tenía razón en que nos estábamos desconociendo.

—Exacto, no dices nada —chasqueó su lengua mientras tomaba el mando de la televisión para apagarla—. Vamos a hacer como si nada de esto hubiera pasado.

—Ese es tu puto problema —espeté.

—¿Disculpa?

—Que ese es tu puto problema —repetí—. Siempre quieres hacer como si no hubiera pasado nada, así no podemos avanzar. Me retas, haces como si nada; el día de la fiesta te burlas en mi cara por mis ganas de besarte, haces como si nada; muestras... interés, haces como si nada; ¡me besaste! E hiciste como si nada.

—¿Y qué mierda quieres, Cyra? ¿Que te proponga matrimonio? ¿Que a partir de ahora te salude comiéndote los morros? —inquirió con ironía—. Por si no te has dado cuenta, los besos no tienen qué significar nada... Y por si tampoco te habías dado cuenta, le gustas a mis dos hermanos.

Cada palabra se siente como una bofetada, no mentiré al decir que no me afectaban, él sabía como herir, sabía como mantener distancia cuando era él quien acababa acortándola siempre.

—¿Y a ti? —pregunté, sin dejar que mi tono de voz se hiciera débil—. ¿A ti te gusto?

Sus ojos chispearon, no sé si por el enojo o por algo más, pero su mirada se intensificó en cuanto hice esa pregunta.

—Ya te lo he dicho, Cyra, estás buena, es una pena que también seas inteligente —repitió las mismas palabras que había pronunciado el día de la fiesta, exactamente las mismas.

—No sé que quieres decir con eso —admití—, tal vez no sea tan inteligente.

—No quiero follarte y mañana hacer como si nada, pero tampoco puedo tener una relación contigo —me hizo saber—. Y tú no te mereces menos.

Soy incapaz de hablar, las palabras me están ahogando pero no puedo decir absolutamente nada. La sensación es una mierda y no se la deseo a nadie.

No debería de sorprenderme, ni siquiera debería de dolerme.

Le gustaba, pero no quería nada conmigo.

A mi también me gustaba, a este punto ya es imposible negarlo, pero tampoco tendría nada con él... Más que nada por Christian, no quería hacerle daño de esa manera, él no se lo merecía.

Tal vez en el fondo no somos tan distintos él y yo, y eso es lo que más me jodía.

—Iré a por mi ropa —señalé, dejando la conversación atrás porque no quería seguir enfrentándome a ella. Él no dijo nada cuando me vio caminar hacia las escaleras, era mejor así.

Subí como si fuera mi casa y traté de recordar cuál era la habitación, pero no me acordaba, mi memoria es una mierda.

Estaba a punto de empezar a abrir todas las puertas para saber en donde tenía que entrar cuando una de ellas se abrió sola, Christopher se detuvo y me miró confuso, aunque lo entendió al instante.

—Tercera puerta a la derecha —señaló con la mirada, mientras que la mía se fijaba en los trozos de piel que llevaba sin cubrir. Aquella camiseta de tirantes le quedaba bien, él también lo sabía, y además dejaba a la vista algunos de sus tatuajes.

Aunque no llegué a ver los más famosos, de los que me había hablado Patricia.

—Gracias —fui rápida en decir, caminando hacia allí para entrar en la habitación.

Efectivamente, mi ropa estaba bien doblada sobre la cama, esperando a que yo la recogiera.

Suspiré aliviada, al menos no tendría que rebuscar en su armario o algo por el estilo. La tomé para guardarla en mi mochila, olía a él así que volvería a lavarla nada más llegar a casa para no andar con su olor impregnado.

Le di una última mirada a la habitación, ahora era consciente de que era de Christen y tenía mucho más sentido, no me imaginaba a Christian allí. Cerré la puerta al salir, tal y como estaba antes, y bajé las escaleras dispuestas a irme.

—Gracias por no haberla quemado ni nada por el estilo —murmuré, sabiendo que me escucharía.

—De nada —respondió con su característico tono de voz—. Ah, y Cyra... La próxima vez que quieras saber algo sobre mi, pregúntamelo directamente, no cuchichees con tu amiga en la cafetería.

Joder.

Pensaba que se había olvidado de eso. Sinceramente, yo estaba camino de olvidarlo también, ¿cuál era la necesidad de recordarlo?

Puto Christen, no es tonto ni nada...

Tripliciter Where stories live. Discover now