Capítulo 7

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23 de julio de 2022, San Rafael, los Pirineos



—La reconocí de inmediato. Hace ya cuatro años, creo. Fue un día que estaban tus padres en el mercado, con la niña en el carrito. Iba mirándolo todo con esos enormes ojos azules, embobada. Yo siempre tuve trato con tus padres, ya lo sabes, y sabía perfectamente que eras hija única, así que lo imaginé. Tu repentina salida del pueblo, tu silencio durante tanto tiempo... total que me acerqué a saludar. Ellos al principio no quisieron decírmelo, tu madre aseguró que era la hija de una de tus primas, pero tan pronto la vi sonreír, lo supe. Tiene su sonrisa.

Su sonrisa.

Laura sonrió y yo creí que algo se rompía en mí. A mi modo de ver aquella era la sonrisa de los Soler, estaba convencida, pero el escucharlo en boca de otra persona que no fueran mis padres me impactó.

Mi buena amiga deslizó la mano sobre la mesa y yo se la cogí, agradecida por la muestra de apoyo. Mientras tanto Elisa estaba en el sillón, viendo tranquilamente los dibujos. Parecía al margen de la conversación, aunque por el modo en el que a veces nos miraba tenía la sensación de que escuchaba alguna palabra suelta.

Ulfo no se apartaba de ella.

—¿Por qué no me lo dijiste? Me hubiese gustado ayudarte.

—Yo ya no estaba en San Rafael y necesitaba alejarme de todo —me disculpé—. Además, ¿qué ibas a hacer? ¿Dejar tu vida para venir conmigo a la aventura? Créeme cuando digo que tardé bastante en asentarme en La Galera.

—¿Y qué esperabas? ¿Qué fuera un abrir y cerrar de ojos? —Laura negó con la cabeza—. Para nosotros tampoco fue fácil, te lo aseguro. Quizás yo no fuera su novia, pero Cristian era un buen amigo. ¿Y qué decir de Milo? Él fue quien encontró su cuerpo, ¿recuerdas? Pasó meses encerrado en casa, incapaz de salir de la cama.

Dejé sus manos para coger la taza de café que acababa de prepararme. Ya no estaba demasiado caliente y el sabor era muy amargo, pero incluso así encontré un poco de consuelo en él.

—He pensado mucho en él durante estos años —admití—. En él y en ti, no te voy a mentir. Y no solo cuando me llamabas. También después, cuando dejaste de hacerlo.

—Me cansé de que no me respondieras.

—No te culpo por ello, es comprensible. Sé que quizás no me porté bien.

Laura negó con la cabeza, restándole importancia.

—Ni bien ni mal. Estabas hecha polvo, como todos, nadie nace enseñado para hacer frente a estas situaciones. Creo que, en el fondo, bastante bien lo sobrellevamos. Y verte ahora aquí... bueno, sé que ha sido por lo de tu padre, que sino no habrías aparecido, pero incluso así es positivo. Para mí lo es, al menos.

—No me voy a quedar.

Laura apoyó la espalda sobre el respaldo de la silla y asintió con gravedad. Quizás no era lo que esperaba escuchar, pero aceptó mi decisión.

—Lo puedo entender.

—Y que conste que me alegro mucho de verte, pero...

—Pero no es el momento, lo sé, sí. Últimamente las cosas... —Miró de reojo hacia la niña, para asegurarse de que siguiese viendo los dibujos, y bajó el tono de voz—. Imagino que ya te lo ha contado tu madre, pero las cosas están bastante tensas con lo que ha pasado en la reserva. Y si a eso le sumas la llegada estelar de Natalia... —Lanzó un suspiro—. Doy por sentado que con ella tampoco has tenido trato.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora