Capítulo 32

163 20 12
                                    

Capítulo 32



07 de agosto de 2022, Reserva Natural de San Rafael, Pirineos



La muerte nos aleja.

La muerte nos une.

Estaba ahí, ante mí, mirándome con sus ojos azules... y de repente, ya no estaba. El refugio, Cristian, Luís... todo había desaparecido, y yo avanzaba por el bosque, desorientada, confundida... perdida.

Tenía miedo... tenía calor. Llevaba la chaqueta de Cristian y su olor era el único hilo que me unía a la cordura. ¿Cómo voy a volver?, había dicho él a modo de despedida, y ahora yo me hacía la misma pregunta. ¿Cómo iba a volver después de lo que había visto?

¿Cómo iba a volver a mi vida real?

No podía.

No lo iba a soportar. Lo había perdido una vez y había creído poder superarlo. Dos veces, sin embargo, era demasiado. Ni podía soportarlo, ni iba a hacerlo.

Pero no me habían dado opción. Había suplicado a Cris que me dejase estar con él un poco más, que no me dejara, pero la inminente llegada de su maestro lo había precipitado todo. Luís había aparecido advirtiendo de que tenía que irme cuanto antes, y para cuando quise darme cuenta ya avanzaba por el bosque, sin saber hacia dónde. Simplemente caminaba, seguida muy de cerca de Ulfo, que vigilaba cuanto me rodeaba. Pero no sabía hacia dónde iba... ni tampoco dónde estaba. Solo sabía que tenía el alma rota y la mente devastada, y que las fuerzas me abandonaban. Estaba destruida... estaba totalmente rota.

Me dejé caer en el suelo, en un lecho de hierba, bajo el amparo de los árboles, y me dije que no podía más. Que el peso que cargaba a las espaldas era demasiado insoportable. Me dije que si tenía que encontrarme Tizona que lo hiciera... y me di por vencida.

No podía más.

Sin embargo, ese no era mi final. Pocos minutos después de que me diese por vencida, una luz azul y roja iluminó el camino a la lejanía. Alguien gritó mi nombre, y varias sombras se desdibujaron en la noche. Sombras que, linterna en mano, trataban de localizarme.

Me estaban buscando...

La policía me estaba buscando.

Alguien volvió a gritar mi nombre, esta vez muchísimo más cerca, y aunque yo no respondí, Ulfo lo hizo por mí. El perro empezó a ladrar, sin alejarse en ningún momento de mí, marcando mi posición, y una de las sombras lo localizó. Corrió a nuestro encuentro, gritando una vez más mi nombre, y al localizarme se lanzó de rodillas a mi lado.

Apoyó la mano en mi cuello, para asegurarse de que tenía pulso, y me iluminó la cara. Acto seguido, comunicó a voz en grito que me había encontrado y que necesitaba un médico.

Maldito Javier Robles, lo que hubiese dado porque me hubiese dejado morir ahí...




¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora