Capítulo 35

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Después de la pausa navideña volvemos con un nuevo capítulo ^^ Espero que os guste. Un besazo y felices fiestas y todas esas cositasssssssssssssssss.



11 de agosto de 2022, La Galera, los Pirineos



Dos días después de nuestra conversación preparamos las maletas y Milo, Beatriz y yo nos fuimos a La Galera. En apariencia fue una decisión precipitada, propiciada por la necesidad de encontrar un poco de equilibrio tras todo lo ocurrido, pero que en realidad tenía mucho más de fondo. Ni Milo ni yo queríamos dar más explicaciones de las necesarias, por lo que nos escudamos detrás de lo más simple que se nos ocurrió: que quería escapar. Yo estaba perdiendo la cabeza en San Rafael y él quería asegurarse de que estaba bien. De que no cometía ninguna tontería. Una versión que a mis padres convenció por completo, pero no tanto a Laura ni a Natalia. En ambos casos, noté ciertos celos en que se viniera conmigo unos días. Dudo que pensaran que pudiese surgir algo entre nosotros, era evidente que después de tantos años de amistad no había chispa alguna. Sin embargo, ambas envidiaban la conexión que nos unía. A pesar de la enorme distancia de aquellos años, seguíamos totalmente unidos, confiando ciegamente el uno en el otro, y eso era algo que ellas no iban a conseguir nunca.

—Como me entere que te enrollas con mi marido te asesino —bromeó Laura a modo de despedida. Me abrazó con fuerza, pidiéndome que la llamase siempre que lo necesitase, y después besó a Milo como probablemente hacía años que no hacía.

Un rato después hicimos la parada de rigor en la casa de Natalia y también nos despedimos, con un resultado diferente. No me amenazo con asesinarme, pero sí en ir a buscarme a casa y traerme a rastras. Muy amable ella. Después, esperó a que saliese de la casa para besar a Milo. Y sí, también fue apasionadamente. No quise cotillear demasiado, la imagen me resultaba muy impactante, pero no me pude reprimir. Los miré a través de una de las ventanas entreabiertas y lo que vi entre ellos me impactó.

Aquello no era simple atracción.

Después, Milo volvió al coche y le advertí que yo no lo iba a besar. Él rio, Bea nos preguntó de qué estábamos hablando y nos pusimos en marcha.

Cuatro horas después, ya estábamos en el apartamento, con las maletas subidas al salón y una desagradable sensación de vacío aprisionándome el estómago. Nunca imaginé que dejar San Rafael pudiese ser tan duro.

—¡Yo quiero volver con los abuelos! —se quejó Beatriz, con un mohín en la cara.

—Volveremos en unos días, tranquila —le aseguré—. Mamá tiene que hacer cosas aquí.

—¡Cuántos!

—Pocos, de veras.

—Oye, Bea, ¿me enseñas tu habitación? —intervino Milo—. Me ha dicho tu madre que es preciosa. Me gustaría verla.

Buena intervención. Le tendió la mano a la niña y ella se la cogió, decidida a mostrarle su santuario. Antes de hacerlo, sin embargo, me dedicó una mirada de soslayo, cargada de rabia, y me sacó la lengua en señal de rebeldía.

No me lo iba a poner fácil.



Aprovechamos bien la mañana. Después de dejar las maletas e instalarnos, cada una en su habitación y Milo en el salón, nos fuimos a hacer la compra en el supermercado que teníamos en la misma calle. Un pequeño centro perfectamente equipado para llenar una nevera en apenas una hora. Al estar Milo con nosotras aprovechamos para hacerle cargar un poco, lo que fue un auténtico alivio para Bea. Acostumbrada a tener que cargar con al menos una bolsa, el poder delegar aquella función en nuestro invitado le pareció estupendo. Volvimos, organizamos toda la comida en el armario y la nevera, y salimos de nuevo a la calle, con la clínica veterinaria como objetivo. A aquella hora, media mañana, el sol estaba en todo lo alto y el calor era abrasador, pero los tres teníamos ganas de pasear, por lo que hicimos el esfuerzo.

El renacerNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ