Capítulo 41

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Capítulo 41



25 de agosto de 2022, San Rafael, los Pirineos



—¿Te ves preparada? Si te da miedo, puedo hacerlo yo, no hay problema.

Estaba preparada. Manual Quiroga lo sabía, pero quería asegurarse. Los nuevos solían tener ciertos reparos al tratar con los lobos. Los ejemplares de la reserva eran especialmente grandes y su aspecto amenazante. Los colmillos muy amarillos, los ojos inyectados en sangre. Desde luego, impresionaban. Había quien decía que eran como perros, como husky, incluso, pero eso era porque no había visto un lobo cara a cara. Compartían ciertos rasgos, pero el tamaño era totalmente distinto. El lobo podía llegar a alcanzar los setenta centímetros de altura y los cincuenta kilos. Los husky... bueno, digamos que eran prácticamente la mitad.

Luna, la hembra que en aquel entonces me observaba con miedo desde el fondo del cajón de contención, era algo más pequeña. No llegaba a los setenta centímetros por poco, pero sí que superaba los cincuenta kilos. Tenía el vientre muy abultado por el embarazo ya avanzado, y aunque intentaba mantenerse firme, le costaba. Una mala caída le había provocado una herida bastante fea en la pata trasera. Una lesión de la que habíamos sido informados a través de uno de los forestales horas atrás, y que nos había obligado a ponernos en marcha de inmediato. Bajo ningún concepto queríamos que pudiese haber ningún tipo de problema durante el nacimiento de los lobeznos. Luna era una de las hembras más jóvenes y hermosas de todo el parque, y su progenie era más que esperada.

Así pues, el equipo médico y forestal se había organizado para que, una vez le diesen caza y la trasladasen, intervenirla de inmediato. Sin embargo, la carga del dardo tranquilizante había sido muy inferior a lo habitual, para asegurarnos que no afectaba a los cachorros, por lo que la lobezna había llegado despierta a las instalaciones, y visto lo visto, estaba muy nerviosa.

Normal. De haber sido yo ella, también lo habría estado.

Pero no era momento de amedrentarse. Durante aquellos días junto a Quiroga había sabido que tarde o temprano llegaría el momento de la verdad, el momento de demostrar mi valía, y ahí estaba. Mi jefe y maestro me observaba, los asistentes esperaban expectantes, preparados para inmovilizarla... y fuera, Manu y Gerard, los dos forestales que habían trasladado a Luna, aguardaban el momento de volver a liberarla.

En el fondo, iba a ser cuestión de minutos.

—Vale, estoy preparada —anuncié, jeringuilla en mano. Miré a los dos asistentes, que esperaban el momento con ansia, y asentí—. En cinco, cuatro, tres...




No me llevé un mordisco de lobo por casualidad. Aunque los asistentes la inmovilizaron, Luna era astuta y estaba desesperada por proteger a sus futuras crías, por lo que logró zafarse y rozarme el brazo con los colmillos. Por suerte, me aparté a tiempo. Noté sus dientes, pero poco más. Fue una caricia.

O algo parecido.

Después todo fue bastante más rápido de lo que había previsto. Aunque un lobo no era un perro, los procesos médicos eran parecidos. Le inyecté el calmante en la pata, cerca de la zona dañada, y desinfecté la herida. Después, con la precisión de un cirujano, estudié detenidamente los daños causados, la gravedad de la fractura, y procedí a hacer una evaluación rápida. En cualquier otra circunstancia habría planteado la posibilidad de realizar una cirugía rápida y que el paciente pasase unos días en recuperación, pero dadas las circunstancias, no teníamos esa opción. Los lobeznos no tardarían en nacer y no podíamos tomarnos la licencia de anestesiar a Luna. Así pues, opté por hacer lo que habría hecho en caso de ser una de mis perritas: propuse entablillar la pata hasta después del parto. La inmovilización provocaría estrés en Luna, pero si no queríamos que la lesión fuera a más, era necesario.

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