Capítulo 16

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02 de agosto de 2022, San Rafael, Pirineos




—¿Desde cuándo los forestales os habéis convertido en una especie de secta?

Era ya de madrugada cuando Milo vino a recogerme a casa. El cielo estaba salpicado de estrellas que brillaban con fuerza, ofreciendo un toque idílico a una noche que, por todo lo demás, era como cualquier otra. Calles vacías y silenciosas, luces en el centro del pueblo y, en la lejanía, el rugido de alguno de los motores que dejaban San Rafael para irse a otras localidades de los alrededores.

Por lo demás, no había absolutamente nada. Alguna que otra farola encendida y el haz de luz de los faros iluminando la carretera, pero nada más.

—¿Una secta?

Milo me miró a través del retrovisor con una sonrisa divertida en los labios. A mí, sin embargo, no me hacía la más mínima gracia. Después de la tarde que había pasado escuchando a mi padre, ya dudaba de todo.

—Sí, una secta.

—¿Qué pasa? ¿No te han dejado entrar en la Cueva, o qué?

—¿Dónde?

—Nada, nada.

Me grabé mentalmente el nombre. Otro misterio más que investigar. Pensándolo fríamente, no me sorprendía que alguien como Natalia hubiese decidido instalarse en San Rafael. Incluso sin contar la muerte de Cristian, aquel pueblo tenía misterio suficiente como para alimentar su programa un año entero.

—Milo, de veras, ¿de qué va todo esto? Esta tarde mi padre me ha hablado un poco más en profundidad de la muerte de Saúl y Mario. Al menos de la de Saúl, de la de Mario apenas ha explicado nada. Pero todo lo que las rodea... en serio, ¿qué está pasando?

Mis palabras sonaron con especial dramatismo en mitad de la noche. Metro a metro nos acercábamos a la entrada principal de la reserva, a través de donde, años después, al fin volvería a pisar el territorio que para muchos era prácticamente sagrado. Una decisión que había tomado prácticamente a la carrera, sin plantearme las implicaciones, pero que en aquel entonces me parecía lo más sensato.

Giró suavemente el volante, trazando a la perfección una curva demasiado estrecha para no resultar peligrosa, y aceleró para recorrer los últimos metros. A nuestro alrededor los pinos ya se alzaban como auténticas torres kilométricas, devorando la poca luz que emitían las estrellas.

—La Cueva es como llamamos al piso subterráneo del Mesón de Corderos, en la calle Augusta. Lo alquiló Anselmo hace diez años, y siempre que podemos, nos reunimos allí. Al menos los que tenemos esa noche libre. Se podría decir que es una especie de club social. Bebemos, charlamos, fumamos...

—¿Quiénes os reunís ahí? ¿Los forestales?

Milo negó con suavidad.

—Los que realmente amamos la reserva. Hay muchos forestales, la mayoría, pero también del equipo veterinario, de cámaras, de taquillas, de geología... incluso gente del pueblo que no trabaja allí.

—¿Y se les habla a los nuevos de esa Cueva?

Logré arrancarle una risita maliciosa. En el fondo sabía perfectamente la respuesta, pero quería escucharla de sus labios.

—Es para los veteranos, Elisa, como si no lo supieras...

—Me lo imaginaba, pero bueno, quería confirmar. Entonces, si yo no soy una "veterana", como tú dices, ¿no podría entrar?

El renacerWhere stories live. Discover now