Capítulo 8

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23 de julio de 2022, San Rafael, los Pirineos



Conocía a Milo de toda la vida. Sus padres y los míos eran vecinos, por lo que se podría decir que nos habíamos criado prácticamente juntos. Su padre trabajaba en la reserva, en el equipo veterinario, mientras que su madre era una de las cajeras del supermercado local. Dos trabajos que, sumados al nacimiento del pequeño en un momento inesperado para su familia, habían provocado que los lazos se estrecharan. Mi madre se ocupaba de los dos mientras que tanto Susana como nuestros padres se encontraban en la reserva, desempeñando trabajos muy distintos pero que los unía.

La reserva nos unía a todos, de hecho.

Y precisamente porque habíamos pasado los primeros años de vida juntos, bajo los cuidados de mi madre, Milo y yo éramos prácticamente hermanos. Él era menor que yo dos años, lo que siempre me había hecho verle como mi hermano pequeño. Con el paso de los años aquella imagen había ido cambiando, Milo se había convertido en un hombre adulto totalmente autosuficiente, pero en mi mente siempre quedaría la imagen de aquel niño rubio de enormes ojos verdes al que era tan fácil hacerle reír.

Años después, poco quedaba de aquel chico inocente y risueño del pasado. Incluso me atrevería decir que ni tan siquiera era el mismo de hacía seis años. Laura había logrado conservar gran parte de su esencia, pero Milo no. Milo había cambiado por completo.

—Elisa.

Incluso mi nombre sonaba diferente ahora en su boca. Parecía más sombrío, más apagado... más triste. Una sombra oscura parecía atormentar a mi querido amigo, y ni tan siquiera nuestro reencuentro años después pudo hacerle sentirse libre.

Su herida, como la mía, era especialmente profunda.

Nos reunimos en su casa al caer la noche, para cenar todos juntos. Milo se había mudado hacía ya varios años a un apartamento en el centro del pueblo, donde compartía su vida con Laura. Al parecer se habían casado hacía relativamente poco tiempo y las cosas les iban bastante bien. Él seguía trabajando en la reserva como guarda forestal mientras que ella se había convertido en una pieza clave en el ayuntamiento. Ella resumía su trabajo como "relaciones públicas", pero había mucho más. Además de hacer de enlace con el resto de las poblaciones, Laura participaba activamente en todos los plenos, aportando una visión actual y ajustada de lo que realmente necesitaba la juventud de ahora.

Y no, no era solo un futuro vinculado a la reserva.

—Es una casa muy bonita —comenté tras el tour inicial de manos de la anfitriona. Bea iba de su mano, encantada de poder curiosear todas las habitaciones. Milo, por el contrario, se había quedado en el salón, fumando en silencio—. ¿La tenéis hace mucho?

—Nos mudamos hace tres años, después de la boda. Pensamos en invitarte, pero...

—Ya, ya, tranquila.

El apartamento no era demasiado grande, pero tenía unas vistas preciosas de la plaza del mercado. Además, era muy luminoso. Todas las habitaciones contaban con grandes ventanales a través de los cuales la luz incidía durante casi todo el día. Un lugar perfecto en el que vivir dos personas, pero que se quedaba pequeño en caso de querer ampliar la familia. Además de la habitación de matrimonio, el apartamento solo contaba con una sala adicional a las básicas en las que Laura había instalado su despacho. Un espacio privado que, conociéndola, no iba a desmontar bajo ningún concepto.

Antes se cambiaba de piso que perder su habitación.

—¿Es vuestro o estáis alquilados?

—Lo hemos comprado. Teníamos algo de dinero ahorrado así que nos decidimos a dar la entrada. Dentro de veinte años será nuestro definitivamente.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora