Capítulo 56

94 17 12
                                    

28 de diciembre de 2022, San Rafael, los Pirineos



—Me alegra mucho verte por aquí, ya pensé que hasta enero no te volvería a ver.

—Ya, era la idea, pero... bueno, no he podido evitarlo. Me dijo que cuando tuviese una crisis la avisara, así que... espero no haberle estropeado los planes.

Eugenia me había recibido en su casa a primera hora de la mañana, sin pedir cita previa. Tal y como me había levantado había tenido la necesidad de ir, de confesarle que había hecho lo que ella me había pedido que no hiciera a no ser que estuviese realmente mal, y ella lo agradecía. Después de meses de sesiones semanales, mi terapeuta empezaba a conocerme bien.

—Cuando realmente te sientas al límite, cuando sientas que te vas a romper... cuando creas que no puedas más, ven a verme. No importa la hora ni el día, ven, te estaré esperando. Aunque no te lo creas, esa crisis significará que estás avanzando.

¿Realmente estaba avanzando? Quería pensar que sí. Aquellos meses habían sido bastante buenos, pero la cena de la noche anterior me había dejado tocada. O más que la cena, todos los pensamientos que habían brotado en mi mente alrededor de la pulsera. En el fondo, el problema no era que lo hubiese besado. El problema era que siguiese creyendo que aún había la posibilidad de recuperar a Cris...

—Hoy hace demasiado frío para estar en el jardín, entraremos al salón, ¿de acuerdo? Y relájate, no quiero verte con esa cara, Elisa: es Navidad.

—Lo sé, lo sé, es solo que... bueno...

Me ayudó hablar con ella. Mi mente seguía un poco aturdida después del potente calmante que me había tomado la noche anterior para intentar serenar mi nerviosismo, pero poco a poco empezaba a ver un poco la luz. Empezaba a amueblar la mente... a calmar la vocecilla que me llenaba de pesadillas el cerebro.

Se lo expliqué todo. Eugenia conocía a Máximo, lo que complicaba un poco las cosas, , pero durante aquellos meses se había generado tal relación de confianza que supe que nada de lo que dijese allí saldría a la luz. Era una especie de secreto de confesión.

—Entonces, ¿le besaste tú?

—Sí.

—¿Y te gustó? Imagino que lo hiciste porque te apeteció, no por la pulsera. ¿Te sentiste presionada en algún momento?

Negué con la cabeza, rotunda.

—En absoluto. Lo hice porque quise, sí, me apetecía... y, de hecho, me hubiese gustado volver a besarlo.

—¿Y por qué no lo hiciste?

Le confesé la verdad. Me daba un poco de vergüenza, no quería parecer una gata en celo, pero era no lo había hecho para evitar no poder parar. Si le hubiese besado, después del segundo habría habido un tercero, y un cuarto, y a no ser que él hubiese decidido poner freno, seguramente habría llegado hasta el final. Allí mismo, en el coche. En mitad de la calle.

—Ya, bueno, no hace falta tampoco que os detengan por exhibicionismo —bromeó—, pero tampoco pasaría nada porque te hubieses acostado con él. Eres libre de hacer lo que quieras. Siempre lo has sido, y ahora con razón de más. Llevas ya muchos años sola, es normal que sientas atracción por otro hombre. ¿Durante todos estos años no has tenido ninguna relación?

—Me besé un par de veces con un hombre en La Galera, pero no pasamos a más.

—Porque tú no quisiste, imagino.

Me encogí de hombros. No es que me sintiese culpable por haberlo hecho, pues en el momento había creído que era lo correcto, pero me entristecía ver que era yo misma la que me ponía los límites. Los años iban pasando, pero no avanzaba. En otros ámbitos sí, había logrado salir adelante, pero en el campo amoroso estaba totalmente paralizada.

El renacerWhere stories live. Discover now