Capítulo 34

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09 de agosto de 2022, San Rafael, los Pirineos



Volví a casa a mediodía, subida en el asiento de copiloto de mi padre y con una sensación de irrealidad acompañándome. Había esperado que Natalia viniese a verme al hospital, pero no había tenido tiempo. Dadas las circunstancias, había preferido quedarse en mi casa con mi madre y Bea, asegurándose de que ambas estaban bien. Cuando llegué, sin embargo, ya no había ni rastro de ella. Lo único que quedaba era su olor en mis sábanas, donde había dormido aquellas dos noches, pegada al teléfono a la espera de noticias.

Bea me recibió con todo el amor que era capaz de reunir. Mi madre le había explicado que me había caído en el bosque y que estaba recuperándome en el hospital, por lo que, cuando me vio, me abrazó con cuidado, temerosa de hacerme daño. Después, al ver que estaba bien, se abalanzó a mi cuello, para que la cogiera en brazos.

—¡Te he echado de menos! —me dijo con voz chillona.

Pasamos el resto de la mañana, hasta la hora de la comida, en el jardín, recuperando el tiempo perdido. Beatriz quería regar todas las plantas y enseñarme lo mucho que habían crecido aquel día y medio que había estado fuera. Algo imperceptible al ojo del adulto, pero que para ella era un auténtico logro. Entre su abuela y ella estaban encargándose de mantener la flora del jardín como si de una enorme selva se tratase, y estaba muy orgullosa de ello.

Mi madre también estuvo con nosotros un rato, pero menos. A ella se la notaba nerviosa ante mi regreso. Tensa, incluso. Se sentía culpable por no haberme ido a ver, pero aún más por haberme dejado salir sola de noche. Los resultados toxicológicos podrían decir lo que quisieran, pero ella estaba convencida de que había bebido de más.

Sea como fuera, no eran reproches lo que necesitaba escuchar, por lo que preferí quedarme con la niña y Ulfo un buen rato, disfrutando de la compañía de ambos, hasta que mi madre nos llamó a comer. Nos reunimos todos en el salón entonces, disfrutamos de la paella que la gran cocinera había preparado, y nos quedamos un rato haciendo sobremesa, aprovechando que la niña estaba distraída viendo la televisión. Mi padre no dejaba de hablar de los últimos cambios en Elinor. Al parecer, Máximo De Guzmán había tomado ciertas medidas para mejorar la vida de sus trabajadores. O al menos eso les había vendido. Mi padre no lo tenía claro. A mí, sinceramente, no me importaba. Estaba tan sumida en mis propios pensamientos que apenas le escuchaba.

Llegada la tarde, mi padre se retiró, dispuesto a remprender su trabajo en la reserva, y mi madre salió a dar un paseo con Beatriz. Me ofrecieron a mí también salir, pero no me apetecía. Me notaba especialmente cansada. Tal y como me había informado aquella misma mañana, me había visto expuesta a un sobresfuerzo físico y mi cuerpo no había reaccionado bien. Había colapsado, por así decirlo, y necesitaba descansar.

Así pues, mientras que ellos salían, yo me quedé en casa, sentada en una de las sillas del jardín, esperando que Milo acudiese a mi llamada.

Una hora después, lo hizo. Llegó justo cuando había prometido: a las siete, ni un minuto antes, ni uno después.

—Elisa... —saludó cuando abrí la verja.

Entró en el jardín y me saludó con un abrazo, algo bastante impropio de él. Aquella tarde vestía con el uniforme de trabajo, lo que evidenciaba que había acabado la jornada hacía tan solo unos minutos. El tiempo suficiente para llegar hasta su coche y venir a verme, sin pasar por casa.

—¿Cómo estás? ¿Mejor?

—Estoy bien —le confirmé.

Cogí su mano y tiré de él hacia el fondo del jardín, alejándonos el máximo posible de la entrada. Cualquier punto del solar era susceptible de que algún vecino pudiese escucharnos, pero teniendo en cuenta que había visto salir a la señora Ordoñez con una vecina hacía un rato, decidí que nos situásemos junto a su muro. Igualmente dudaba que nos fuera a escuchar, ni le interesaba el tema ni tenía tan buen oído, pero no quería sorpresas. A aquellas alturas, y después de haberme quitado la pegatina localizadora que me había puesto Javier en el teléfono, ya no me fiaba de nada ni nadie.

El renacerWhere stories live. Discover now