Capítulo 66

64 16 8
                                    

01 de mayo de 2023, Reserva Natural de San Rafael, Pirineos



Llovía a mares.

Cuando salí en plena madrugada, ataviada con un jersey, unos tejanos, un chubasquero y las botas de agua, la lluvia caía como una auténtica catarata en las calles, inundándolo todo. Hacía días que el cielo amenazaba, pero había esperado al momento menos oportuno para empezar a descargar.

No importaba.

Subí al coche, encendí las luces, el motor, y salí a toda velocidad.

Era una temeridad conducir a aquella velocidad con las condiciones climatológicas. Sentía como los neumáticos se deslizaban sobre la película de agua del asfalto en cada curva, pero no podía permitirme el lujo de reducir. Si me cruzaba con alguna patrulla no me quedaría más remedio, pero hasta entonces tenía que apurar al máximo posible.

La señal de Luís Escudo acababa de aparecer en el radar, e íbamos a por él.

Llevábamos semanas esperando el momento. Sabíamos que tarde o temprano Luís volvería a aparecer, y ese sería nuestra ocasión para localizarlo y seguirlo hasta su guarida. Hasta entonces, la espera se había hecho eterna. Tanto que, incluso, había llegado a plantearme la posibilidad de que se hubiese deshecho del localizador. Milo tenía esperanza, estaba convencido de que no, pero yo había llegado a dudar. De hecho, incluso me había hecho a mí misma la promesa de que, si no sabía algo en menos de un mes, me daría por vencida y regresaría. A partir de aquel punto no sabía qué pasaría, pero al menos saldría de mi escondite.

Por suerte, no había hecho falta. El día veinte de mi salida de San Rafael Luís Escudo había vuelto a hacer acto de presencia, y Milo y yo estábamos al acecho, volando por las carreteras con nuestros coches, dispuestos a echarle el guante.



Milo ya me estaba esperando en el pico del Sol cuando llegué. Vestía totalmente de negro, con el uniforme de la reserva, y tenía en la mano un paraguas. Corrí a su encuentro, empapándome en el camino, y una vez juntos nos encaminamos hacia los jeeps que aguardaban al final del camino. Para cuando entramos, yo ya tenía la ropa totalmente empapada y el pelo calado.

—Tengo otro uniforme ahí detrás, en el asiento trasero. Póntelo y ponte la capucha: no puede reconocerte.

Mientras reiniciábamos la marcha, obedecí. Me pasé al banco traseros y me apresuré a desvestirme, sustituyendo mis ropas mojadas por el uniforme. Me iba un poco grande, como era de esperar, pero el tamaño evidenciaba que no era de Milo. Sería de alguna compañera, supuse.

Ya cambiada, me ajusté la capucha y volví a su lado, donde encontré una Tablet con el programa del rastreador abierto. El punto rojo que era el localizador parpadeaba no muy lejos de allí, en pleno bosque. Según los cálculos de Milo, se trataba de uno de los refugios abandonados, situado no muy lejos del valle de los Ecos. A mi modo de ver, por el contrario, era un lugar cualquiera, perdido entre los árboles.

Intentamos acercarnos el máximo posible. Aquella noche avanzar por la reserva era tarea titánica. Con los focos del jeep iluminando cuanto podían la tormenta, el camino surgía ante nosotros como una lengua de barro y agua por la que las ruedas del vehículo se abrían paso dibujando gruesas huellas a su paso. Por suerte, tal era la intensidad de la lluvia que en apenas unos segundos se borraban.

Al menos teníamos algo a nuestro favor.

Aquella noche Milo no tenía guardia, por lo que el salir en plena noche sin dar ninguna explicación no le había sentado demasiado bien a Laura. Al parecer habían discutido durante los pocos minutos que había tardado en vestirse y coger el coche, y la había dejado llorando. Se había vuelto tremendamente dramática. Aquella situación perturbaba a Milo. Intentaba que no le afectase, pero teniendo en cuenta lo que estábamos a punto de llevar a cabo, me preocupaba que no tuviese la mente clara.

El renacerWhere stories live. Discover now