Capítulo 77

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Capítulo 77



12 de mayo de 1970, San Rafael, los Pirineos



Yo aún no había nacido en 1970. De hecho, mi padre era un adolescente, lo que implicaba que aún faltaba bastante tiempo para mi llegada. Más de veinte años.

Pero, aunque Elisa Martín aún no había nacido, yo estaba allí, en las calles de la antigua San Rafael, viéndolo todo, y a la vez, sin ver. No podía intervenir abiertamente, no tenía cuerpo alguno que lo permitiese, pero sí que me movía con libertad por cuanto me rodeaba, como si de un gran escenario de teatro se tratase.

Era como vivir un sueño desde la óptica del espectador. Por mucho que quisiera hacer o decir, estaba de manos atadas, lo que complicaba notablemente las cosas. Ahora solo me quedaba ver, oír y, llegado el momento oportuno, confiar en que mi intuición no fallaba...

Faltaban cinco días para que Teresa y Aurora muriesen. La mujer y esposa de Óscar Tizona habían contraído una grave y repentina enfermedad por la cual no habían logrado superar la semana. Y todo había empezado aquel día, aquella misma noche. Un día cualquiera.

Busqué a Teresa por el mercado, hasta dar con el puesto de fruta donde trabajaba. Era una mujer ancha de espaldas y guapa, con una larga cabellera castaña que caía en bucle por su espalda. Era simpática, saludaba a todos los clientes con mucho cariño, y cuando se despedían de ella, siempre lo hacían con una gran sonrisa.

Pero además de ser una buena vendedora, también era buena madre. Cada día acababa de trabajar a las tres de la tarde para poder volver a su casa, a las afueras de la ciudad, darse una ducha y comer algo rápido. Poco después, a las cuatro menos cuarto, salía caminando hasta en centro, para recoger a Aurora del colegio. La niña ya tenía once años, pero ella insistía en ir a buscarla.

—¡Aurora, Aurora! —escuché que la llamaba cuando las puertas del colegio se abrieron.

Los niños salieron en tromba, llenando de alegría el patio del colegio. En mi época aquel edificio no existía, había bloques de pisos, pero sabía que en otros tiempos había estado aquella escuela. Mi abuelo, entre otros, había asistido allí.

Aurora, una niña de nariz larga y sonrisa escueta, saludó a su madre y acudió a su encuentro no demasiado contenta. Al parecer, últimamente no le iba bien la escuela. Le costaba concentrarse en casa y estaba sacando malas notas. Eso sin contar que, durante la hora del recreo, el encargado de la biblioteca apenas la dejaba en paz.

Sus amigas empezaban a estar preocupadas. Aquel tipo estaba demasiado encima de su amiga... parecía demasiado interesado. Pasaba algo raro.

Teresa saludó a su hija con entusiasmo y al ver que ella no le correspondía, le preguntó qué pasaba. Aurora, tan retraída como de costumbre, prefirió no decir nada en la escuela. Cogió la mano de su madre y juntas se encaminaron de regreso a casa. El resto de las niñas iban solas, o en grupos, pero a Aurora no le importaba que viniese su madre a buscarla. Al contrario, se sentía más segura con ella.

—¿No te ha ido bien el día, cariño? —le preguntó Teresa con preocupación—. Pareces triste.

—No, ha ido bien, ha ido bien.

—¿Seguro?

Estaba mintiendo, era evidente, pero como últimamente no contaba demasiado, no le insistió. Se lo había comentado a Óscar, la niña estaba un poco distinta, pero tampoco quería insistir. Él estaba demasiado concentrado en el trabajo, y Aurora, en el fondo, era una niña.

El renacerWhere stories live. Discover now