Capítulo 30

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Capítulo 30



07 de agosto de 2022, Reserva Natural de San Rafael, Pirineos



Nos adentramos en el bosque, en dirección a la reserva. No necesitaba ver el camino por el que nos movíamos, ni tampoco disponer de ningún punto de orientación. Con la posición de la luna me bastaba para saber que nos adentrábamos hacia los bosques. La reserva quedaba lejos, a al menos una hora caminando, pero Luís seleccionó unos caminos concretos en los que el terreno no presentaba cuestas ni apenas desniveles, por lo que el avance resultó agradable. Además, a nuestro paso la naturaleza vibraba con especial fuerza, arrancando los profundos más bellos a la naturaleza. Los lobos aullaban en la distancia, los búhos ululaban. Incluso los grillos chirriaban a nuestro paso, despertando en mi mente viejos recuerdos. Memorias de la otra Elisa, la que había deambulado por aquellos parajes en compañía de Cristian, Laura y Milo, siendo una adolescente.

—Algún día yo trabajaré aquí, como mi padre —recuerdo que decía en aire soñador—. Seré la jefa de equipo de veterinaria y me encargaré de que todas las especies estén a salvo.

—¿Y qué harás cuando el pez grande se coma al pez pequeño? —me preguntó Laura, tendida en la hierba, con la cabeza apoyada en las piernas de un Milo al que los ojos se le llenaban de luz cada vez que ella hablaba—. No puedes romper el ciclo de la vida, recuerda, lo decían en el Rey León.

—No puedo romperlo, pero sí evitar que sea más devastador de lo necesario.

—La naturaleza en sí misma es devastadora —reflexionó Cristian, sentado a mi lado, con los ojos azules perdidos en el cielo despejado—. Como los hombres. Como todo.

Había paseado en tantas ocasiones por las distintas zonas de la reserva que la sentía propia. Sentía que aquel suelo que pisaba formaba parte de mi existencia, y ahora que recorría un camino totalmente nuevo, me sentía en casa. Sentía que regresaba a mi auténtico hogar, y no era ni San Rafael, ni mucho menos La Galera. Aquellas montañas tenían un poder mágico que lograba que la gente como yo perdiese parte de la cordura cuando se adentraba en ellas, y aquella noche, acompañado de aquel extraño, me sentí como tal.

Sentí que, por absurdas que fueran mis acciones desde el punto de vista lógico y social, estaba haciendo lo correcto. Necesitaba conocer la verdad, tenía que saber de una vez por todas lo que realmente se ocultaba tras todo aquel misterio que durante tantos años me había estado destruyendo por dentro, y por alguna razón, creía ver en aquel hombre la solución. Alguien de quien apenas sabía nada, pero que decía ser amigo de Cristian...

Alguien en quien Milo confiaba.

Quise pensar que estaría bien. Aquel hippie que vivía en mitad de la montaña, perdido de la mano de Dios, no podría hacerme daño alguno. Y sí, decía estupideces, cosas sin sentido que chocaban de pleno con mi lógica... pero ¿y si hubiese algo de verdad en ellas? Y si, de alguna extraña manera, ¿Cristian siguiese allí? Milo decía verle a diario, y yo, en el fondo, también lo había visto. ¿Acaso no habría sido eso una especie de señal?

Era absurdo, lo sé. Lo más probable era que fuera a acabar con mi vida de la forma más estúpida, pero en aquel entonces eran los sentimientos los que habían tomado el control, no la mente, y era totalmente prisionera de ellos.

Seguí a Luís a través de la montaña sin apenas preguntar a dónde me llevaba. Simplemente avanzábamos a través de praderas arboladas, dejando atrás la civilización, hasta llegar a un punto donde las estrellas ampliaron de tamaño sobre nuestras cabezas. La llanura quedó atrás y ante nosotros apareció la primera y última elevación de nuestro viaje, una colina pelada sobre la cual danzaban las luciérnagas. Luís se adelantó, seguido muy de cerca de Ulfo, y subió hasta perderse al otro lado de la cima. Yo, por el contrario, tardé algo más. El suelo resbalaba bajo mis pies y me costaba mantener el equilibrio. Estaba nerviosa. Temblaba entera, y me costaba pensar.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora