Capítulo 68

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Capítulo 68



Mayo de 2023, Reserva Natural de San Rafael, Pirineos



—Lo que yo no entiendo es, ¿tú no te habías ido del pueblo? Te habías ido a Barcelona, con la hermana de Soler.

Mientras caminábamos, Luís no dejaba de hablar. Estaba muy tenso. Mi presencia allí parecía haberle trastocado por completo, y no sabía cómo gestionar correctamente la situación. Tras él, a un par de metros de distancia, Ordóñez cargaba conmigo sin saber hacia dónde se dirigía. Simplemente seguía a su compañero, avanzando entre los árboles tratando de no resbalar. Cuando más nos alejábamos del claro, mayor era el grado de humedad.

—No me fui —acerté a decir. Estaba algo aturdida de los golpes, y muy dolorida, pero aún mantenía la conciencia—. Estaba esperando el momento oportuno... para poder venir hasta aquí... para seguirte...

—¿A mí? —Escudo retrocedió para ponerse a las espaldas de su compinche y poder mirarme—. ¿Cómo?

Respondí con una sonrisa maliciosa, perfecta para sacarle de quicio. Me abofeteó de nuevo, golpeando ya de paso la espalda de su amigo, y volvió al frente de la marcha. Sus pasos se aceleraron.

—Maldita zorra, eres lista, ¿eh? Lista y afortunada. A estas alturas deberías estar ya muerta. ¿Cuántas vidas tienes?

—Al menos una más.

Seguimos avanzando un poco más, hasta alcanzar una pequeña colina al final de la cual volvía a aparecer el río de aguas verdes. Nos detuvimos por un instante, seguramente porque Luís así lo había hecho, e iniciamos el descenso. Incluso de espaldas a todo, podía imaginar el cauce del río en base al sonido que generaban sus aguas. Debía ser amplio, probablemente profundo, y brillante. Desconocía a qué se debía el color de las aguas, pero su color era bello. Esperanzador.

Ordóñez se detuvo junto a la orilla y me dejó caer al suelo, donde rápidamente se encargó de que no me moviera apuntándome con el arma. Luís y él me observaron durante unos segundos, en completo silencio, sin ápice alguno de diversión en la mirada, e intercambiaron la escopeta.

Ordóñez acercó sus enormes manos hacia mí...

—Eh, no, espera qué vas a hacer, ¡espera...!

Traté de escapar, creyendo entender lo que pretendía hacer, pero no lo logré. El gigante me cogió por una de las piernas cuando me arrastraba, y me levantó a peso. Segiudamente, balanceándome en al aire como a un pescado, me lanzó contra el suelo, donde me inmovilizó con su propio cuerpo.

Tardé unos segundos en recuperar el control de mi mente. Entre el golpe de la caída y la pérdida de aire al sentir el peso del gigante en los pulmones, apenas fui consciente de lo que acababa de hacer.

Me llevó prácticamente a rastras hasta el canal. Una vez allí, me metió la cabeza en el agua verde. Primero solo para comprobar que estaba bien posicionada. Después, por pura diversión. Pude comprobar por mí misma que la temperatura era gélida.

—¿Sabes? Podríamos matarte y encargarnos de que volvieras con nosotros. De que fueras una más... —comentó Luís, sin apartar el arma de mi cabeza—. Pero lo joderías todo. Lo sé. Vuestra mente funciona de una forma demasiado retorcida. —Se acuclilló a mi lado, para mirarme de cerca mientras Ordóñez me sujetaba la cabeza por el pelo, a apenas unos centímetros del agua—. No sois capaces de aceptar la realidad... de adaptaros a las circunstancias. Han pasado ya siete años, Elisa. ¡Siete malditos años! Y mírate, aquí sigues, persiguiendo fantasmas... ¿Es que no te das cuenta? El problema eres tú, no yo. Siempre eres tú.

El renacerWhere stories live. Discover now