Capítulo 17

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02 de agosto de 2022, San Rafael, Pirineos



Nos adentramos en la reserva por el oeste, trazando un arco inicial alrededor del pico del Buitre. Aquella montaña no era lo suficientemente alta como para que se hubiese construido un refugio en su cima, pero sí que gozaba de especial interés natural para los turistas. Además de poder gozar de unas vistas irrepetibles, tanto en su cima como en su loma se podía encontrar un amplio abanico de especies tanto naturales como animales que hacían las delicias de los expertos. Personalmente nunca me había gustado demasiado aquella zona, la naturaleza era demasiado densa y apenas se podía avanzar en invierno de lo resbaladizo que era el suelo repleto de hojas secas, pero era innegable que su belleza no tenía igual.

Mirar al pico de los Buitres era como asomarse al corazón del bosque.

Lo recorrimos con tranquilidad, atravesando los caminos de tierra por los que se movían las patrullas. También había turistas que los empleaban, aunque estaban estratégicamente situados para intentar pasar lo más desapercibidos posibles. Todos compartíamos el claro objetivo de intentar respetar al máximo la naturaleza, y para ello era importante borrar el máximo posible la huella humana.

Tras bordear el pico nos adentramos en la zona central de la reserva, donde nos aguardaba largas planicies de árboles y naturaleza. En el norte había un área especialmente pantanosa donde se encontraba uno de los grandes refugios de los forestales. La zona de control, como la llamaban habitualmente. Un lugar perfecto desde el que controlar la reserva a través del circuito de cámaras que había repartido por las distintas áreas. Al sur, además del camino que se desviaba hacia el pico de las Estrellas, se encontraba uno de los dos grandes lagos: el Aguasclaras. Una maravillosa marisma en forma rectangular alrededor de la cual se alzaban un imponente círculo de altísimos fresnos milenarios, perfecta para hacer un alto y descansar.

Se la conocía como una de las zonas de mayor afluencia turística. No había visitante que no pisara aquella zona para tomarse la foto de rigor, con el lago de fondo y al lado del singular tronco en forma de arco que se alzaba entre la vegetación.

Pero nuestro objetivo no se encontraba en el Aguasclaras. Tampoco en el cauca del riachuelo que lo conectaba con el lago Alado, de menor tamaño, ni en sus alrededores. Aunque aquella zona era especialmente vistosa, con preciosos macizos de flores alrededor de los cuales era relativamente fácil encontrar familias de ciervos, nuestro objetivo se encontraba en el corazón de la reserva, allí donde los muros de árboles no dejaban seguir y los caminos llegaban a su fin.

Allí donde tan solo los que realmente conocían el bosque sabían llegar.

Bordeamos el refugio principal, al que llamaban "El Hogar", y nos adentramos por una senda complicada por la que el suelo de tierra se convertía en piedra deslizante. Un terreno resbaladizo por el que los árboles apenas dejaban paso al todoterreno. Había puntos en los que los troncos incluso rozaban los retrovisores. Sin embargo, Milo lo conocía bien. Sabía por dónde tenía que maniobrar para poder avanzar.

Para adentrarse en el corazón...

En nuestro auténtico "hogar".

Yo no lo veía como tal. De hecho, nunca lo había considerado de tal forma, pero a ojos de muchos, el tesoro que aguardaba oculto a los turistas, en el corazón del valle que se dibujaba entre los tres picos, se encontraban los auténticos orígenes de San Rafael. Un conjunto de estructuras prerromanas donde los iberos de los que descendíamos habían habitado, resistiéndose al cambio y protegiendo el bosque.

Se decía que las familias antiguas eran descendientes de aquellos hombres. Que nuestra sangre era tan antigua como las montañas, y que como tal debíamos seguir con la labor de nuestros ancestros. Que en realidad éramos los únicos protectores de la reserva... que éramos sus guardianes.

El renacerWhere stories live. Discover now