Capítulo 70

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Capítulo 70



Mayo de 2023, Reserva Natural de San Rafael, Pirineos



—No hice nada: simplemente decidí dónde morir. —Tizona alzó sus manos en un gesto cargado de teatralidad. Se las miró, como si hiciera siglos que no las veía, y suspiró con pesar—. El milagro está en este lugar, no sus habitantes. Esta tierra que ahora pisas, Martín, lleva siglos oculta al ojo humano. Nosotros, los descendientes de los primeros que la habitaron, siempre la hemos protegido, pero sin saber el motivo. Lo hacíamos porque así se nos había encomendado: era la misión con la que nacíamos y por la que moríamos. Sin embargo, nunca supimos qué era lo que protegíamos. Rocas llenas de trazos, para algunos, dibujos neolíticos, para otros. Sin embargo, tan solo hay que mirar al cielo para entender que hay mucho más. Es más, mira a tu alrededor, ¿acaso existe el Rocanegra en tu reserva?

Deduje que aquel era el nombre con el que habían bautizado a aquella gran montaña negra donde nos encontrábamos.

—Si existe, yo no lo conozco —admití.

—No hay demasiado misterio al respecto: te confirmo que no está. Busques en el mapa que busques, no lo encontrarás. Está oculto a aquellos que conocen el camino.

—¿Y usted ya lo conocía?

—¿Yo? —Negó con la cabeza, categórico—. Yo era como tú, un alma desconsolada. Un corazón roto al que le habían arrebatado a su familia y tan solo intentaba encontrar la forma de recuperarla. La desesperación alimenta la esperanza de los crédulos, dicen. Y yo era muy crédulo: quería creer que había forma de recuperarlos.

—Como Amorós.

Una chispa de sorpresa iluminó sus ojos.

—¿Lo conoces?

—En mi época es el cuento que le explican a los niños para que obedezcan a sus madres.

—En la mía era algo parecido, aunque con una historia real de fondo. Francesc Amorós existió, era un médico, y tras la muerte de su esposa e hijo decidió adentrarse en el bosque para recuperarlos.

—O para suicidarse —apunté yo, rememorando la conversación con Miguel—. Realmente no se supo qué fue de él, nunca se halló su cuerpo.

—Lógico, teniendo en cuenta que se fue, habría sido extraño localizarlo. —Tizona negó con la cabeza—. Hay quien dice que toda su narración, la de su diario, es producto de su imaginación, que no es real, pero tras pasar una larga temporada aquí, puedo confirmar que hay mucho de verdad en ella. Muchísimo.

Tizona paseó la mirada por los túneles. Ahora que el silencio volvía a imperar en la cueva, se podía percibir cierto susurro perturbador procedente de cada uno de los caminos. Apenas un siseo que se colaba en los oídos para llenarlos de inquietud.

Supuse que sería producto de la profundidad. El viento se colaba y generaba aquellos silbidos al rozar la piedra.

—Yo provoqué el incendio —confesó de repente, con aire pensativo—. Fue en un arrebato de furia... en un acto lleno de desesperación. Nos tenían acorralados, iban a desalojarnos y vender el alma al diablo. Querían entregar a Elinor nuestro mayor tesoro, y me negué a aceptarlo. Había descubierto demasiado como para que lo vendiesen vilmente. Fue por ello por lo que le prendí fuego a todos... prefería erradicar nuestro secreto antes de que cayese en sus manos.

Tragué saliva, incapaz de recordar la enorme cantidad de gente que había muerto en aquel incendio. Incluso mi abuelo, al que yo no había llegado a conocer, había muerto allí, entre aquellos árboles.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora