Capítulo 19

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04 de agosto de 2022, San Rafael, Pirineos



Milo y yo no volvimos a hablar en los siguientes dos días. Después de la experiencia en la reserva, tal era la inquietud que me atenazaba el corazón que no me vi con fuerzas de responder a sus mensajes ni de devolverle la llamada. Cada vez que pensaba en él recordaba el olor que había percibido en el campo de menhires y los ojos se me llenaban de lágrimas.

Él decía que lo veía... y yo lo había sentido.

Yo lo había notado.

Pero no era posible. Por más que pensaba en ello, no le veía ningún sentido. Cristian había muerto hacía ya demasiado tiempo como para que aún estuviesen las flores impregnadas de su olor. Era totalmente ilógico, imposible incluso... y sin embargo...



—¿A dónde te apetece ir? Hay un pueblo muy bonito cerca de aquí donde hay una feria. Si quieres, podríamos pasar el día allí.

—¿Una feria? ¡Vale! ¿Vendrán también los abuelos?

—Dejemos a los abuelos un poco de tiempo libre también para ellos, ¿eh?

El sol brillaba con fuerza en la mañana mientras regábamos el jardín. Beatriz vestía de blanco con un precioso vestido de puntilla que mi padre le había comprado el día anterior en el mercadillo del pueblo. Yo, sin embargo, había empezado a vestir de negro. No lo hacía voluntariamente, pero desde mi visita a la reserva mis camisetas siempre eran de la misma tonalidad, algo que, en cierto modo, reflejaba mi humor. Trataba de sonreír cuando la niña estaba delante, pero admito que no estaba pasando mi mejor momento. Cuando caía la noche y me quedaba a solas en mi habitación el olor de las margaritas volví a mi memoria y tenía que luchar conmigo misma para no romper a llorar.

Y después, cuando me quedaba dormida, los sueños me asaltaban. Sueños en los que, aunque durante las horas que duraban era feliz, al despertar rompían mi alma, destrozando aún más mi marchito corazón. San Rafael me estaba destruyendo por dentro y por fuera... y aún no había prácticamente nada.

—¡Bueno, como quieras! —exclamó, regadera en mano—. ¡Pero seguro que querrían venir!

Seguramente. Es más, estaba casi segura de ello, pero necesitaba espacio. Necesitaba algo de tiempo para poder refugiarme en mí misma y tratar de asimilar todo lo que estaba pasando.

—Otro día, tranquila.

—Vale, vale.

Llamaron al timbre de la casa. Beatriz y yo nos volvimos hacia la verja, pero tan solo yo me acerqué. Pedí a la niña que siguiese regando y fui a la entrada de la casa, donde mi madre ya estaba a punto de abrir la verja.

Me detuve a cierta distancia para escuchar. A lo largo del día eran varias las visitas que recibían mis padres, pero por alguna extraña razón, sabía que aquella no era para ellos. No tenía nada previsto, ni hasta entonces lo había sospechado, pero tan pronto oí el sonido, lo supe.

Y no me equivoque.

Mi madre intercambió un par de palabras con el visitante y me pidió que me acercara.

—Es para ti, cariño.

—¿Quién es?

Mi madre dio su nombre, pero no hizo falta. Tan pronto me acerqué y le vi lo reconocí. El uniforme de policía le daba un toque distinguido, al igual que le pelo rapado y los veinte kilos de músculo que había ganado, pero seguía siendo el mismo. Aquella cara era única.

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