0. Donde todo comenzó

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—¡M-me gustas, Mikey-kun!

En la soledad de la noche y con la luna llena como testigo, Takemichi tomó valor para confesar sus sentimientos por el chico que, además de admirar y respetar, había logrado robar su corazón; su comandante Manjiro Sano.

Decir que fue fácil admitir sus sentimientos y decidir confesarlos era una total mentira, pues la idea de mantenerse callado hasta que todo desapareciera era demasiado tentador ¿Por qué arriesgar su amistad? Era feliz con su silencio, ¿verdad?

Sin embargo, lo que terminó por darle el coraje que necesitaba no fueron las palabras de Chifuyu alentándolo o sus consejos sacados de mangas románticos, sino el propio Mikey. Takemichi no era tonto para ignorar el trato preferente del Sano por él, las miradas que le dedicaba, las sonrisas traviesas y todos los pequeños y vergonzosos mimos que tenían el uno para el otro. Así que, ¿por qué no confesarse? ¿Por qué no derribar la barrera que los separaba? Ellos podrían ser felices juntos, ¿no?

Ante el silencio, el corazón de Takemichi latió con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho y refugiarse en cualquier otro sitio. Además, sus piernas no ayudaban, temblaban tanto como lo haría una gelatina, pero aún con todo ese torbellino de emociones y sensaciones abrumadoras debía resistir. Takemichi se mantendría firme por Mikey. Sería capaz de soportar la ansiedad que lo carcomía y la calidez que se instalaba con violencia en su pecho.

¡Al diablo el ardor en sus mejillas! No era momento para avergonzarse. 

Manjiro le gustaba lo suficiente para enfrentar sus miedos y dejar su cobardía de lado. A su lado, poco importaría cualquier comentario y mirada desagradable.

Porque al lado de Mikey él era fuerte. 

—Lo siento, Takemichi. —La voz firme de Manjiro rompió el silencio, evitando mirar el rostro del ojiazul—. Me gusta estar contigo, pero no estoy seguro de que sea igual a lo que tú sientes. Somos amigos, ¿recuerdas?

Las ganas de salir huyendo se apoderaron de Takemichi. De golpe todo su valor se había esfumado. Se sentía estúpido por ambicionar más de lo que podría alcanzar. 

¿Amigos? Si Mikey lo decía así debía ser.
 
—Entiendo. Por favor olvida lo que dije, yo me equivoqué.

Mikey pudo notar el cambio de voz en Takemichi, lo que le hizo desear lanzarse a él y consolarlo, pero todo quedó en eso; un deseo. 

—De acuerdo —respondió Manjiro. 
Ambos chicos evitaron la mirada del otro; uno por inseguridad y otro por miedo. 

Era como si la barrera que los separaba se alzará más y más. No eran unos desconocidos, pero tampoco podrían llamarse amigos cercanos nuevamente.

—Será mejor que me vaya —declaró el ojiazul, luchando por mantener su voz y no terminar rompiéndose—, se hace tarde.

—Creí que te quedarías a dormir —habló Mikey, sin pensar sus palabras—. ¿Quieres que te lleve? 

—Es tu cumpleaños, Mikey-kun, quédate con los chicos. Puedo ir yo solo.

No hubo más insistencia, sólo el sonido de los pasos de Takemichi alejarse con toda la rapidez que pudo, sin poder mirar atrás. 

Mikey dió una última mirada, antes de perder de vista la imagen del Hanagaki. Estaba hecho un caos, quería ir tras él y detenerlo, pero una parte de él mantenía sus pies unidos al suelo. ¿Por qué lo haría? ¿Qué no lo había rechazado ya?

Era cruel ir tras él ojiazul sin poder prometer algo, así que decidió volver con los chicos, dispuesto a mantener como secreto la confesión del Hanagaki.

Con la mirada perdida y los ojos llorosos, Takemichi caminaba por las tranquilas y no tan solitarias calles de la ciudad.
Le parecía irónico cómo minutos antes esperaba con emoción la respuesta de Manjiro y ahora lo único que deseaba era no volver a ver su cara.

¿Qué estaba mal en él? ¿Era tan poco para Mikey? Si Manjiro siempre lo buscaba y clamaba por su cariño, ¿qué hacía diferente su confesión? 

Un fugaz e hiriente pensamiento pasó por su mente. ¿Era su pasatiempo? No, no quería creer eso. Se negaba a imaginar todos sus momentos manchados por la crueldad del Sano. Él debía tener la culpa por desear más de lo que merecía.

Tenía el corazón roto y una sensación asfixiante y dolorosa estrujando su pecho. El primer amor no era tan dulce como pensó.

—Desearía que nada de esto hubiera pasado —murmuró entre sollozos, y dejó escapar una solitaria lágrima que se perdió contra el suelo.

Su lamento era silencioso y desconocido para cualquiera que pasará a su lado. Todos ignoraban a Takemichi y Takemichi ignoraba a todos; en ese momento sólo era capaz de sentir su propio dolor. 

No obstante, lo que no imaginó Takemichi fue que la vida misma se pondría en su contra, cuando al cruzar la calle, el semáforo cambiaría de pronto a luz verde. 

Lo único que fue capaz de irrumpir en sus pensamientos fue el estridente sonido de un claxon ordenando que se quitara del frente, pero fue demasiado tarde.

Sus piernas fueron incapaces de responder cuando vio al auto acelerar en su dirección. ¿Sería ese su fin? ¿Después de una noche horrible moriría como un perdedor?

Mas todos sus pensamientos fatalistas desaparecieron cuando se sintió ser arrojado al otro lado de la calle. 
Sus rodillas y antebrazos ardieron ante el contacto con el pavimento, pero en comparación con lo que pudo pasarle se trataba de simples rasguños. 

Suerte, destino o una simple casualidad era lo que había salvado su vida, o mejor dicho, un total desconocido era quien le brindaba una segunda oportunidad de vivir. ¿Cómo podría agradecerle?

Giró su mirada al lado, observando a detalle al que sería su héroe ponerse de pie. Se trataba de un chico de su misma edad, alto, de cabellera clara y de un atractivo rostro resaltado por unas brillantes esmeraldas. Su mirada era tan familiar que le hacía preguntarse si ya lo conocía de algún lugar.

—¿Te encuentras bien? —Preguntó el desconocido, extendiendo su mano al herido ojiazul. 

Takemichi asintió y sin dudar tomó la mano del desconocido, y tan pronto como lo hizo una sensación eléctrica pasó de su brazo a todo su cuerpo. Aquello logró aturdirlo por unos segundos, era tan atemorizante como extrañamente tranquilizante. Era como si de pronto su llanto no tuviera una razón de ser. 

Tal vez era poco amable de su parte mirar a su “salvador” sin recato alguno, pero a Takemichi no le importó. ¿Lo había visto en algún lado? Sí, eso explicaría la seguridad que le brindaba.

—Ahora lo estoy. —Las palabras salieron de su boca sin evitarlo y limpió, sin darse cuenta, el rastro de lágrimas de sus mejillas.

La cálida sonrisa dibujada en el rostro del desconocido chico fue tan cálida y tierna que, por inercia, Takemichi la devolvió. Y antes de que pudiera pensar algo más, se vio a sí mismo caminando en completa paz al lado del rubio. 

Y de aquel nudo en su garganta ni el recuerdo quedó.

Si no me recuerdas te muerdo ~Maitake♡~Where stories live. Discover now