7. Marcando territorio

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Era sábado por la mañana, y cualquiera esperaría encontrar a Manjiro Sano durmiendo plácidamente hasta que su cuerpo lo despertara por comida. Pero, para sorpresa de cualquiera que le conociera, no sólo estaba despierto, sino que iba de camino a casa de Takemichi.

¿Y qué por qué lo hacía? Fácil, estaba herido y necesitaba de su cuidado —aunque no supiera lo más mínimo que hacer—.

Por su parte, Draken, quien iba en contra de su voluntad, sólo se dedicó a seguir al rubio, aunque no supiera a dónde iban. ¿Por qué descansar? No necesitaba algo como eso, él funcionaba con energía eléctrica, o seguramente eso pensaba Mikey que no le importaba llamarlo tan temprano un sábado.

Claro que Mikey no podía leer la mente de su mejor amigo y saber cuántas veces este lo insulto, además tampoco era como si le interesara. Tenía otras prioridades en mente. 

No habían pasado ni 24 horas desde la última vez que había visto a Takemichi y ya ansiaba verlo, ya que su recuerdo no era el mejor. 

Verlo herido no le gustaba, y mucho menos que fuera el desteñido de Mamoru quien se lo llevara. 

Detestaba al Satō por entrometerse, además no podía dejar a Takemichi en manos de un desconocido que había borrado la memoria de Kiyomasa frente a sus ojos. Quien sabe lo que sería capaz de hacerle al Hanagaki. 

Pero él, como el buen amigo que era, lo detendría y volvería a ser el héroe de su querido ojiazul. 

Después de una pelea, Takemichi siempre iba a casa de Manjiro, ahí era curado, y a veces regañado, por Chifuyu. Cenaban juntos —dulces o, con suerte, comida preparada por el ojiazul— mientras veían cualquier cosa que hubiera en televisión, aunque al final ninguno ponía atención. Mikey siempre estaba más interesado en charlar cualquier tontería con Takemichi, hacerlo sonrojar y dejarse mimar por el teñido hasta quedarse dormido sobre sus piernas. 

Esa era su rutina perfecta.

Pero esa ocasión era diferente. Gracias a un desteñido con cara de idiota salido de dios sabrá dónde tenía que conformarse con mirar de lejos a Takemichi. ¡Pero no más! 

Por primera vez en mucho tiempo, Mikey estaba listo para cuidar de Takemichi. 

En sus manos llevaba un par de lindas flores carmín y dulces, porque en palabras de su hermano Shinichiro: "no hay nada que unos dulces y unas lindas flores no puedan arreglar". Aunque este consejo viniera de alguien con más rechazos que años de vida.

Aun si todo fallaba, aún tenía su plan B; Draken. Él lo ayudaría. 

Cuando Mikey por fin logró ver la casa del ojiazul aceleró su paso ansioso hasta llegar a la puerta. 

Tocó el timbre y, en cuestión de segundos, escuchó pasos acercarse para abrir la puerta. 

Los ojos de Mikey brillaron de emoción al ver a Takemichi. Llevaba puesto una pijama verde con algunas estrellas dibujadas, su cabello estaba despeinado, y en su cara tenía algunas banditas en el puente de la nariz, frente y barbilla.

Era un desastre, pero uno al que no quería dejar de ver. ¿Por qué? Bueno, aun en el caos se puede encontrar belleza. 

—¡Takemicchi! —Chilló Mikey con emoción.

Quiso lanzarse sobre él, pero Draken, conociendo mejor que nadie a su mejor amigo, lo detuvo por el cuello de su suéter.

¿Y por qué? Bueno, digamos que los abrazos de Mikey no son tan suaves y mucho menos es un chico ligero —aunque parezca que no—. 

Además, para este momento Draken sospechaba de que algo pasaba con Mikey con relación a Takemichi, sólo tenía que descubrir qué. 

—Tranquilízate, Mikey, vas a asustar a Takemicchi. 

Si no me recuerdas te muerdo ~Maitake♡~Where stories live. Discover now