12. Más de uno

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Los latidos del corazón de Manjiro estaban erráticos. Sentía la boca seca y la ansiedad recorrer su cuerpo. Debía actuar, y debía hacerlo pronto antes de que Mamoru notará algo sospechoso en él.

No sabía qué hacer porque aunque quería ir por Takemichi, y hacer hablar a Kokonoi para qué le contará la verdad, la duda de si sería capaz de mantener sus recuerdos frente al Satō era más grande.

¿Y si también le borraba la memoria? No podía permitirlo de nuevo.

Las ocasiones anteriores todo había sido diferente porque era él quien estaba desesperado por mostrarle a Takemichi cuál era la verdad, pero esa ocasión no sería así. Sería él quien esperaría porque la verdad llegara hasta él.

Era el plan más brillante que había tenido hasta ese día —o al menos eso creía—.

Ambos rubios caminaron en silencio y se sentaron en la mesa donde estaba el azabache.

Koko, como el chico amistoso que era, les dió una mirada entre fastidiada y derrotada, sin siquiera dirigirles la palabra, algo que agradeció internamente Mikey; necesitaba pensar, no conversar.

¿Qué si a Koko le desagradaba compartir mesa con el par de rubios frente a él? Por supuesto que sí, pero ¿qué más daba? Tampoco era como que pudiera correrlos de su mesa sin perder un diente o fracturarse un hueso en el intento.

Así los minutos pasaron, en medio de un silencio incómodo que sólo era roto por el golpeteo de los dedos de Mikey contra la mesa y uno que otro resoplido que soltaba de vez en cuando. Cosa que desesperaba tanto a Koko como al Satō.

Los segundos parecieron avanzar lento para Manjiro, esperando porque el Hanagaki apareciera. Estaba cansado de estar con Mamoru y se sentía ansioso por saber si su plan funcionaria.

Para alivio de los rubios, y fastidio del azabache, apareció Takemichi, cargando un par de libros sobre su regazo, y antes de que Mikey pudiera moverse, Mamoru se adelantó y caminó hasta el ojiazul.

—Si necesitabas ayuda debiste decirme, Takemicchi. —Acarició su rostro antes de tomar los libros—. Yo podía ayudarte a cargarlos.

—Está bien, Mamoru-kun, yo quise hacerlo —mintió.

Claro que Takemichi habría agradecido un poco de ayuda, pero era le parecía más importante que el Sano y el Satō se llevarán mejor. Su espalda podría soportar un poco de carga.

La escena le hizo apretar los puños al Sano.  ¿Cuándo dejaría a Takemichi tranquilo el desteñido del Satō?

Por su parte, Koko se dedicó a observar a los chicos. Le parecía patético la forma en que cada uno reaccionaba ante Takemichi, aunque claro que no se los diría, tampoco era tonto.

—Hola, Koko. —Agitó la mano, Takemichi, mostrándole una sonrisa, antes de, al igual que los otros, invadir su espacio personal.

—Hanagaki —se limitó a responder, sin entusiasmo, ganándose la mirada asesina de ambos rubios.

Koko rodó los ojos. Ahí iban de nuevo, actuando como perros guardianes protegiendo al teñido, pero se equivocaban si creían que él les haría caso. Tenía mejores cosas que hacer, como sus tareas o esperar por…

—Tanto tiempo, Takemichi.

La inconfundible voz de un particular —y no tan agradable rubio— puso en alerta a Manjiro, quién casi salta sobre el Hanagaki tratando de esconderlo. Suficiente tenía con el desteñido del Satō como para tener que lidiar con el chico perro.

Sin embargo, todos los pensamientos protectores y nada amistosos del Sano se quedaron en el olvido al vislumbrar a un extraño acercarse junto a Seishu.

Si no me recuerdas te muerdo ~Maitake♡~Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt