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– ¿Aún está dormido el niño?– preguntó una señora de la segunda edad con algunas canas y bolsas debajo de los ojos, como si jamás en su vida hubiera dormido bien.

– Está en su habitación.– contestó el señor cansado que solo cerró los ojos una vez más en su habitación.

La madre silenciosamente y sin ganas llegó a la habitación de su pequeño niño. Tocó tres veces la puerta y la abrió sin aviso de que pasaría.

–¿Cariño?

–¿Si, mamá?– respondió el niñito que salía debajo de las sábanas.

–¿Cómo está mi pequeño Tommy?

–Bien, mamá– respondió con la voz rasposa y sin energía.

–No suenas bien, hijo.

–Seguro mañana sonaré mejor.

–¿Y tus pastillas?– la madre pudo jurar que los latidos de su hijo se escucharon tan alto que lo pudo oír sin problemas, como si se le fuera a salir.–¿Mi vida?

–No...no mamá...te juro que estoy bien.– Quizá la madre no había notado las ojeras en su pequeño niño, o tal vez solo quiso ignorar. Pero sus enormes ojos tenían un color apagado, con ojeras tan abajo de sus ojos que sus mejillas no tenían más color que uno pálido, y sus labios resecos parecían admitir que no había tomado agua desde hacía muchas horas.

La botella de pastillas agitándose era un ruido estremecedor. La etiqueta afirmaba que te drogaria hasta por horas, su rostro solo decía que sería por su bien. Qué hipócrita, solo pensaban en no tener a su hijo cerca de ellos, en no cuidarlo, y para que el pequeño niño no recordara nada lo dormían por horas. Porque si parecía que no había un niño no tenían nada que cuidar.

–Solo tomalas, amor.

Las ganas de vomitar del pequeño aumentaron. Como si le enfermera ver esas pastillas. Pastillas de diferentes colores, sabores y efectos. Su cuerpo no soportaría mucho, sus entrañas reventaran, su cabeza explotará del dolor y se quedaría sin voz de tanto llorar. Pero la gente solo dirá que un niñito mimado llora sin descanso porque sus papás no le dan lo que quiere.

La realidad era que ese niñito solo vivió dormido. Cómo la bella durmiente, sedado hasta que no sintiera su cuerpo, inerte en su habitación como un cadáver. Los cuervos se pasarían por su ventana a ver qué consiguen atrapar. Pero solo se pasó un niño un poco más alto que él.

–Hola.– saludó el niño extraño.

–Hola.– respondió sin ánimos.

–¿Cuál es tu nombre?

–Tom, me llamo Tom ¿Y el tuyo?

–Soy Adrián, un gusto Tom– extendió su mano. Ese fue el primer día en el que pudo conocer la felicidad, en el que pudo despertar por primera vez, con una ventana rota y un niño asomándose por ella, buscando algo que conseguir.

•••

Alan había llegado tarde de nuevo. Era noche y todos llevaban una pijama, Eiden estaba en el piso llorando porque no saldría a pasear y los mayores estaban buscando una película que poner, no harían caso a el berrinche que el menor hacía. Podían salir otro día a pasear, uno en el que hiciera menos frío y no fuera tan tarde.

– ¿Que le pasa a Eiden? – preguntó Alan.

–Le dijimos que iríamos a el parque más tarde, cuando llegarás.

–Lo siento, me encontré con unas put...digo amigas.

Eiden enojado salió corriendo a su habitación y la cerró con fuerza.

–Hoy parece que está más grande. Siempre parece que su edad baja demasiado.

–Solo está enojado, al rato le explicaré que saldremos otro día.

–Lo puedo llevar.– se ofreció Alan.

–¿Tú? Llegaste más tarde de lo prometido.

– Ya se los dije, me encontré con unas amigas, y me invitaron a conversar.

–¿Ah, si, y cuánto te cobraron por una mamada?– preguntó Tom simulando una con burla.

–Lo mismo que a ti te costó darme una, absolutamente nada.– soltó riéndose. Ambos se rieron, hacía tiempo que no bromeaban así.

–Puedes salir con Eiden solo si prometes invitar la próxima que haya reunión con tus amigas.– guiñó el ojo Adrián. Tom sintió como algo le quemaba la garganta en ese momento.

Alan se dirigió a la habitación de Eiden y después de un rato salió con él en brazos acurrucado, se había dormido el pobre. Aún así su papi Alan lo sacó a el parque a pasear, sabía que pronto despertaría y se enojaría de nuevo. Mientras tanto, ambos chicos cansados de un día pesado terminaron de escoger la película. Ninguno sabía de qué trataba, ni siquiera se acordaban del nombre de la película cuando empezó.

Pero el hecho de estar tan pegado en Adrián hizo que Tom sintiera una chispa de curiosidad por ver cómo sería si se recargara en el contrario. Así que esperó hasta casi cuando la película terminará para fingir que su cabeza accidentalmente había caído sobre el hombro de Adrián. Él, por suerte, no lo tomó a mal. Solo se quedó estático un momento y después apagó la tele en silencio. Dejó las palomitas en la mesita y se levantó con cuidado de no despertar a Tom.

Lo observó por unos segundos que parecieron minutos, lo cargó rápidamente y lo llevó hasta arriba. Lo acostó en su habitación y lo tapó con una cobija bonita que cubría del frío de esa noche. Salió un momento de la habitación y volvió con un celular en la mano, era el suyo. Se acostó al lado del que fingía dormir y se quedó ahí viendo el celular.

Hasta que sintió una mano en su cabello, una mano grande y suave que acariciaba con cuidado su cabeza, eso le hizo dormir en menos de un minuto. Lo único que alcanzó a escuchar fue el click de una cámara tomando una foto, probablemente de él, de él durmiendo, seguido de un pequeño beso en la mejilla. Quizá a él también le gustaba, tal vez ambos chicos estaban enamorados. Y sus sueños se podían hacer realidad. Qué cliché.

•••

El sol le quemaba demasiado por la mañana. Pidió a Adrian que cerrara las cortinas pero no sucedió nada, pensó que tal vez estaba en otro lugar y solo se levantó a cerrarlas, para acostarse de nuevo.

–Amor, ¿Cómo dormiste?– le preguntó a Tom, que aún seguía medio dormido.

–¿Amor?– preguntó desconcertado, Adrián no había tenido esa confianza nunca, ni siquiera había escuchado que le dijera así a una de sus novias. El sol seguía quemando, aunque esté ya no estuviera en su habitación.

Drogas, armas y un bebé Where stories live. Discover now