Capítulo 39

29.1K 3.6K 3.7K
                                    


Eloah


―Boss, tiene llamada ―susurra Cristóbal desde fuera. Es un soldado de la GMFE, me tomó tres semanas convencerlo de pasarme llamadas desde fuera, me llevaría meses que acepte liberarme, pero no será necesario.

Me levanto de la cama y recibo el dispositivo.

―Bueno ―gruño a quien sea que me llame, por lo general es Oksana.

Boss, hice lo que me pidió ―anuncia―, la Yakuza se está reuniendo en Rusia, me preocupa un poco, están a cuarenta minutos del edificio de la Dama.

―Envía a Francia a una mujer parecida a Artemisa, da el aviso de que se encuentra allí, necesito un poco más de tiempo ―, apoyo el hombro en una pared y me alejo el celular de la oreja, son las diez de la mañana, Artemisa viene a esta hora―. Me informas cómo continúa todo, y duplica la vigilancia alrededor del departamento, que se triplique en la noche, y aumenta cinco veces el número de hombres que la siguen.

―Como usted ordene, mi señor ―. Termino la llamada y le devuelvo el celular a Cristóbal, es un buen muchacho, apenas se le están borrando los granos de la cara y es todo sonrisas con los reos, a pesar de que los regaña cuando gritan.

Vuelvo a la cama, me siento y descanso los codos en las rodillas, espero pacientemente, pero pasa una hora y ella no viene. Comienzo a caminar de un lado a otro, no me detengo hasta que escucho un silbido seguido de porquerías.

Me froto la mandíbula, llevo la barba larga, no se me permite tener una cuchilla para afeitarla, eso me enfada, no quiero tener un aspecto tan descuidado ante... No importa.

―¿A quién visita? ―cuestiona Cristóbal allí fuera. Miro el techo y golpeo el piso con mis talones.

―Al Boss ―, mis cejas se fruncen, esa no es la voz de Artemisa. Avanzo hacia la puerta de inmediato, la mujer rubia con traje de tela que está del otro lado luce apenada al verme―. Hola ―sonríe y se acerca a los barrotes―. Artemisa me envió con esto, dijo que era necesario.

―¿Dónde está ella? ―interrogo, me entrega los tres medicamentos y la botella con agua―. Hera, ¿dónde está? ―insisto.

―Ok, toma eso primero ―me pide y sujeta el hierro de la puerta con sus delicadas manos. Hago lo que me pide, pero presiento que algo va mal por la forma en que sus ojos se vuelven pensativos.

―Dime ―ordeno tras beber la mitad de la botella.

―Ella está bien, ¿Ok? ―comienza, me alejo un paso de la puerta, algo malo ocurrió―. Se ha estado sintiendo cansada últimamente, los bebés la patean mucho y hoy en la mañana sangró...

―¿Llamaron un doctor? ―le cuestiono―. No debería sangrar, puede ser peligroso, un desprendimiento prematuro de la placenta o...

―Ella está bien... ―intenta decirme.

―... Incluso una rotura uterina, son trillizos, ¿la visitó un maldito doctor? ―Me exaspero. Debería estar allí para revisarla yo mismo.

―El doctor dijo que no es algo grave, necesita reposo, cálmate ―me pide en susurros―. No queremos que sepan lo mucho que te preocupa, así que tranquilo, seguro mañana ella estará mejor.

Bajo la mirada con hastío, Hera pregunta si me he calmado al fin, solo puedo mover la cabeza afirmativamente para que me deje solo de una vez.



Día 38, 39, 40 y 41:


El diamante de Dios [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora