EXTRA DE HALLOWEEN

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El puerto de Varn estaba plagado de comerciantes aquella mañana, existía un hedor en el aire debido a la pesca fresca que unos cuantos ofrecían, el resto de los peces y mariscos llevaban días fuera del agua.

Las nubes grises habían cubierto los colores del amanecer, el viento era tan frío que un soplido podía calar en los huesos. La tormenta estaba por llegar, sus orejas puntiagudas conseguían oír los truenos a la distancia, incluso aunque no pudiera ver el cielo iluminarse.

Había un barco en el agua, a diferencia de los pescadores comunes no estaba atado al puerto, parecían haberse detenido lejos para asegurarse de no haber fallado en orientarse durante la navegación, pero ella sabía que no era así.

Hacía semanas había llegado un águila blanca, los soldados del rey habían alertado acerca de un barco pirata que había saqueado sus pueblos más grandes con bastante facilidad, usando magia ancestral, de aquella que sólo las hadas de sangre pura poseían.

Ya no quedaban muchas, podían contarse con los dedos. La mayoría de las hadas que existían eran mestizas.

Artemisa balanceó su daga favorita entre los dedos y esperó, el barco no se movió durante al menos una hora, y cuando lo hizo ella estaba lista.

Observó cómo los piratas desembarcaban, de no ser por los detalles incluidos en el mensaje del otro continente habría pensado que eran comerciantes ricos y dueños de reinos enteros.

Muchos hombres lucían relativamente similar a los comerciantes del puerto, pero cuatro de aquellas hadas eran diferentes.

Sus botas de cuero relucían, sus camisas holgadas y chaquetas de piel los hacían ver realmente como el objetivo de muchos ladrones.

Los siguió durante las calles que recorrieron, ellos parecían conocer el pueblo pesquero, o tal vez... tal vez simplemente se guiaban por su audición. Pensó que, tal vez, estaba tratando con algo más que simples hadas.

El bar al que entraron era reconocido por recibir ladrones y asesinos, nunca había entrado en aquel lugar, de ser reconocida la habrían despellejado viva. Se ajustó la capucha de su capa negra y bajó la cabeza hasta estar sentada de una mesa alejada del resto, a oscuras esperaba que nadie viera la suave curvatura que ocultaba bajo la capa.

Sobre su cabeza había dos cuernos curvos de color verde oscuro, sus uñas eran tan verdes como la corona que la adornaba.

—¡Cerveza para todos! —exclamó uno de los piratas, su cabello era dorado, no intenso, era más bien un amarillo suave, pálido, y lo llevaba largo, caía suelto sobre su espalda con dos trenzas ajustándolo a los costados para evitar que le molestara en la cara.

El grito que la gente soltó dentro de la taberna fue estremecedor.

—¿Te ofrezco algo? —Artemisa miró de reojo a la camarera, era baja, de cuerpo curvo y cabello gris, su piel entera tenía colores negros, blancos y grises, era una cambiaformas. Tal vez un lince, o un león de montaña.

—Cerveza —gruñó, se esforzó por replicar el acento de aquel lado del reino, ella había sido criada en la isla Rhya, donde sus padres la habían dejado para ser entrenada por la corona.

La camarera se alejó sin dar señales de haberla descubierto.

Creyó por un instante que lo estaba haciendo bien. Volvió la vista a los piratas, sólo para encontrarse con un par de ojos negros que la observaban sin pestañear.

Aquel pirata se veía mejor arreglado que el resto, lucía como el líder, aquello no podía ser bueno.

Su cabello negro estaba trenzado desde la raíz a las puntas en una sola trenza, había un tatuaje en el costado de su cuello que sobresalía por encima de la gruesa capa de piel que utilizaba sobre los hombros.

El diamante de Dios [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora