Capítulo 42

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Odio las tormentas de nieve. Hans y Hunter no conseguirán venir, no con la nieve que está cayendo desde hace dos días, apenas se ha detenido por una hora y ha vuelto a emerger con fuerza.

―Esto nos mantendrá calientes ―, Eloah salió a partir leña, ha mantenido la chimenea encendida, y preparó una sopa con los ingredientes que encontró entre los muebles de la cabaña.

No, a Eloah no le costaría demasiado convertirse en un buen cocinero, esa sopa había estado exquisita, tanto que me repetí. En mi defensa, él quería ponerme otro plato, me negué.

―Odio el frío, y odio estar embarazada ―, sus labios tiemblan ligeramente al oírme. He tenido dolores toda la noche, en la espalda, en las caderas, en mi pelvis, pero Eloah no se despertaba con nada, ni siquiera cuando me levanté al baño entre quejidos de dolor.

―¿Qué tal te sientes? ―Se acuclilla y toca mi vientre, como si buscara algo, la verdad es que ha estado muy duro, los bebés no se han movido, pero siento que eso es una mala señal.

―Duele un poco, ahora mismo está doliendo ―aseguro sin inmutarme demasiado, es un dolor soportable, un poco molesto... bueno, muy molesto, son cólicos, no tenía cólicos desde los catorce años, que fue cuando me bajó la regla por primera vez.

Los tres primeros meses fueron horribles, cólicos tan fuertes que me tenía que sentar cada tanto y me ponía pálida del dolor. Así se sienten, y cada vez son peores.

―Son cada diez minutos ―susurra con los ojos fijos en su reloj de muñeca.

―¿Mala señal? ―cuestiono con la voz un poco forzada debido al ligero dolor. Pero se va tras unos cuantos segundos horribles.

―No, estás iniciando el trabajo de parto ―, se levanta como si eso fuera malo―. Espero que la tormenta se detenga pronto, si Hans y Hunter no llegan con la maquinaria necesaria esos tres niños van a morir.

―¿De qué hablas?

―Necesitarán ayuda para respirar, apenas tienes treinta y dos semanas ―explica y lanza otro leño al fuego―. Estos idiotas deberían haber llegado, corres peligro en un parto natural, y no tengo instrumentaría para hacerte una cesárea.

―¿Cuánto dura un parto?

―Hasta veinticuatro horas, depende ―murmura sin mirarme.

Tal vez no quiere enseñarme su rostro para no preocuparme más, pero el efecto es contrario, peor me pongo si no me mira.

―¿Puedo caminar? ―Niega con la cabeza.

―No, hará que bajen más rápido, túmbate y duerme un rato.

Libero un suspiro de disgusto y me acomodo, tomo el libro que estuve leyendo toda la mañana, pero cada tanto el dolor vuelve y le aviso a Eloah cuando ocurre, así puede ir revisando cada cuánto son las contracciones.

Pasamos el día en la sala, allí comemos, allí duermo una siesta y es donde despierto debido al dolor. Empuño el cojín del sofá y me presiono el abdomen con molestia.

―Tranquila ―, Eloah se apresura en sentarse a mi lado, estaba a mis pies leyendo, pero deja el libro caer al piso y me acomoda el cabello tras las orejas.

―Duele ―jadeo tomando su mano, la presiono con fuerza mientras mis ojos se inundan.

―Respira, tienes que resistir, la tormenta está comenzando a bajar de intensidad ―, muevo la cabeza e intento inhalar por la nariz y botar por la boca, pero no funciona en lo absoluto, paso demasiado tiempo sintiendo el dolor hasta que las contracciones se detienen y solo puedo cerrar los ojos con alivio.

El diamante de Dios [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora