Capítulo 11

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¿Lista agente 0502? ―pregunta Jackson desde el audífono en mi oreja, llevo una peluca anaranjada, el cabello es real, liso, y me roza las clavículas.

―Lista ―respondo, presionando el audífono para comunicarme, lo dejo de presionar.

Permiso para comenzar el operativo: concedido ―comunica y me muevo de la entrada.

Llevo botas de cuero negro hasta los muslos, una falda el mismo color, un crop top blanco y un collar de cuero que me rodea el cuello y se ajusta a él, brillando con pequeñas pirámides metálicas.

Las lentillas marrones me incomodan un poco al estar recién puestas, pero ignoro esa sensación al evaluar a mi alrededor.

Busco un italiano llamado Pablo Brambilla, por lo que me dirijo a la barra y me apoyo en ella. Le sonrío al barman ampliamente, enseño mi dentadura en el proceso.

―Precioso, busco a este tipo ―le enseño la foto, la recibe y evalúa con desconfianza―. ¿Me crees si te digo que follamos y no me pagó? Mínimo un dólar por soportar su pequeña polla ―, los ojos del sujeto calvo se achinan en una sonrisa. Vamos, pocas mujeres dirían eso con tanto descaro, debería suponer que soy una maldita trampa en medio de la ratonera.

―Frecuenta este lugar, llega a eso de las once de la noche ―informa y pego un suspiro, ignoro la sonrisa confianzuda que me dedica y la miradita rápida a mi cuerpo, o lo que alcanza a ver desde el otro extremo de la barra.

―Pues lo espero, sin dinero no me voy ―advierto―. ¿Me das un jugo? Estoy sedienta ―, me guiña el ojo y va por lo que le pedí, aprovecho de mirar a mi alrededor fingiendo una sonrisa de emoción, una chica inexperta que visita el lugar por primera vez. Pero solo evalúo el lugar, hay rostros que se me hacen conocidos, son simples perros de la mafia italiana.

Presiono el audífono para hablar al verificar que el barman se haya alejado.

―Aquí agente 0502 ―pronuncio en voz baja y pausada―. Pablo no está, llega a eso de las once. Esperaré ―informo, dejo de presionar el audífono.

Permiso concedido, espere y no llame la atención, agente ―pide Jackson, le sonrío al barman apenas me entrega un vaso con jugo, lo huelo antes de probarlo, y al notar que no tiene nada, me tranquilizo, solo para ver una nota debajo de él.

"¿Cuánto cobras?" dice, e intento no estamparle el vaso en la cabeza calva, no es feo, pero... bueno, qué más da. Mientras pregunte y no tome sin autorización me parece medianamente decente.

―Te imaginarás que soy cara, peladito, solo hombres poderosos pueden pagar el precio ―aseguro sin tomarle mucha importancia, hace una mueca.

―Bien ―dice, llevándose el papel como si lo fuera a usar con otra.

―¿Tan poderosos como yo? ―pregunta una voz en mi oreja y se me erizan los vellos de todo el jodido cuerpo. Giro el taburete hasta poder ver de frente esos ojos negros como la noche que me hacen sentir asfixiada por un momento.

Mi primer pensamiento es «mátalo», pero no puedo moverme en lo absoluto, siento que le estrellaré el vaso en la cabeza. Paso saliva con cierta dificultad, presiono con mis dedos el cristal de mi copa y respiro, solo hace falta eso: respirar.

―Pero bueno ―murmuro, carraspeo en busca de mi voz, debo mantenerme serena, no puedo arruinar esta misión―. Esposo ―lo saludo, mi tono es tan agrio como la palabra en mi boca. Giro un poco más el taburete y me cruzo de piernas, consciente de que revelo bastante piel―. ¿Qué haces aquí? ―cuestiono y bebo de mi jugo mientras rastreo armas en su ropa, consigo encontrar dos muy bien ocultas.

El diamante de Dios [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora