09.

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Carlton miró a Luisen a los ojos, con la espada en alto. Sus ojos azules estaban aterrados, pero no contenían ningún engaño. No había duda de que eran ojos inocentes.

Además, cada una de sus palabras penetró en el corazón de Carlton. Agitaron con precisión la ansiedad y la sensación de inarmonía que sentía vagamente. Se enfadó más en parte porque no había forma de contradecir lo que Luisen había dicho.


"¡Maldita sea!" Carlton lanzó su espada al suelo. Ante el sonido metálico, Luisen se desinfló como un saco vacío.


'Ah, estoy vivo'.


Se estremeció. Carlton pateó el suelo, maldijo y se quitó el casco.


Luisen lo miró embelesado: tenía un aspecto mucho más apuesto de lo que hubiera podido imaginar. No esperaba un rostro tan atractivo bajo el casco negro. Su mandíbula áspera y cincelada complementaba especialmente su estética feroz. Su pelo negro, mojado por el sudor, estaba desordenado. No estaba ordenado, pero más que parecer sucio, el efecto despeinado desprendía un aura salvaje.


"Vamos a rehacerlo". Carlton asintió a la mano de Luisen con su mandíbula en forma de cuchillo. Luisen bajó la mirada; había estado agarrando con fuerza la bandera blanca todo este tiempo.


 "Ah". ¿Rendirse de nuevo?


Luisen se arrodilló una vez más y ofreció la bandera en el aire. Sin embargo, no rogó por su vida dos veces. Sin hablar, Carlton le arrebató la bandera de los dedos.


Luego, levantando la bandera blanca en alto, declaró la victoria. Los soldados del cuartel vitorearon con fuerza. El sol comenzó a salir como una antorcha que arde ceremoniosamente ante un acontecimiento importante. Luisen, todavía arrodillado, miró la bandera blanca ondeando contra el cielo nocturno que amanecía. Los granos de trigo dorados bordados en la bandera brillaban como estrellas.


***


Después de un proceso de rendición muy sencillo, las cosas procedieron como torrentes que se precipitan rápidamente. El ejército de Carlton recogió con destreza sus tiendas y demolió sus posesiones temporales. Los soldados que regresaron de la batalla se alinearon ordenadamente. En un instante, toda la limpieza estuvo terminada, y el ejército de Carlton marchó hacia el castillo del duque.


Carlton dirigió el ejército desde el frente.


Su ayudante, que le seguía a su lado, preguntó con ansiedad: "¿De verdad está bien que vayamos así?".


"Según mi espía, no es una trampa".

"Si tú lo dices...."


Según los espías colocados en la fortaleza con antelación, el castillo estaba desbordado con la defensa del lugar y no podía permitirse poner trampas. Carlton había pensado en la posibilidad de que Luisen estuviera fingiendo una rendición al acecho de una tortuosa oportunidad, pero esa situación parecía improbable. Aun así, el ayudante de Carlton estaba muy preocupado, ya que la situación actual se alejaba de la rutina habitual.

Las  circunstancias de un señor caídoWhere stories live. Discover now