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'Ruger...'


Ruger andaba con un grupo de personas que tenían el poder de comandar monstruos. Hace un mes, Ruger habría estado en el ducado; así que, la persona involucrada no podía haber sido Ruger. Luisen supuso que esto debía ser obra del grupo.


Parecían estar tramando algo con el extraño poder. Luisen no tenía ni idea de quiénes eran. Con sucesos tan extraños surgiendo por todas partes, los rumores se extendían.


'¿Qué están tramando? ¿Qué querrán? ¿Qué beneficio pueden sacar de sus acciones? ¿Qué relación tienen con Ruger? ¿Estaba su objetivo de secuestrarme relacionado con todo esto? ¿Era así en la línea temporal anterior? ¿Qué está pasando?'


Luisen se sintió momentáneamente mareado. Sentía como si estuviera mirando el oscuro abismo de un pozo profundo.


Carlton se acercó en silencio y agarró los temblorosos hombros del joven señor. "Intenta no pensar en nada más ahora mismo. Primero, debemos sacar a las mujeres de este lugar. No será demasiado tarde si decidimos pensar una vez que hayamos llegado a un lugar seguro".


Animado por el tono resuelto de Carlton, Luisen pronto volvió en sí. "Sí, eso es. Primero, nos iremos... podemos pensar después".


Los jóvenes aldeanos ya cargaban con las mujeres, una a una. El joven señor intentó seguirlos rápidamente, pero un suave viento le rozó la mejilla.


'¿Hm? ¿Viento?'


Carlton arrastró al joven lord a su abrazo por los hombros. Justo ante los ojos de Luisen, un líquido negro pasó volando bruscamente. Apenas rozó el dobladillo de su túnica, y la tela se derritió. ¡Argh! ¿Qué es eso?


Sh-Sh-Shhh~


Un sonido espeluznante resonó en lo alto. Luisen levantó rápidamente la vista; allí, un enorme ciempiés se aferraba al techo, mirándoles fijamente. Sus docenas de ojos rojos daban vueltas. Una baba negra goteaba de entre sus dientes en forma de sierra; cuando el líquido tocó el suelo, éste se corroyó con un violento ruido.


"¡Todos, corred!"


"¡Arghh!" Los jóvenes del pueblo descubrieron al ciempiés y huyeron con las mujeres en brazos. Luisen y Carlton, que iban en la retaguardia, eran los que corrían más peligro. Sin pensárselo dos veces, Carlton cargó a Luisen en brazos y empezó a correr también.


¡Bang!


El ciempiés se estrelló y clavó la cabeza en el suelo. Carlton lo esquivó por los pelos y se coló en el pasillo. El pasadizo era estrecho, largo y cuesta arriba. Como delante de ellos estaban los jóvenes que llevaban a las mujeres, a Carlton le resultó difícil acelerar.


El ciempiés traqueteaba y repiqueteaba sus docenas de patas y los perseguía mientras se arrastraba por las paredes.

Las  circunstancias de un señor caídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora