54

549 64 7
                                    


Carlton no pudo evitar dar un zarpazo al pelo de Luisen. "Es un desperdicio". "Ya me volverá a crecer el pelo".


"Es verdad, pero...".


Es cierto, cortarse el pelo no era para tanto. Sin embargo a Carlton no le sentaba nada bien que el joven Lord se cortara el pelo por dinero. Cortarse el pelo y venderlo era el último recurso de las esposas de familias pobres.


"Además, no hay nada mejor que esto para ganar dinero rápido", dijo Luisen.


Las palabras del joven Lord eran correctas. Como no llevaban monedas encima, sería difícil recuperar el pase de peregrino. El mercenario había pensado en esconder a Luisen en un árbol e irrumpir en el castillo, solo, para robar el dinero. Sin embargo, era mucho mejor vender pelo que robar. Aun así, Carlton no pudo evitar dudar.


Luisen miró hoscamente a Carlton antes de decidir encargarse él mismo. "Dámelo".


Luisen cogió la daga de la mano de Carlton. Sin dudarlo un instante, el joven Lord se agarró el pelo y se lo cortó limpiamente. La daga estaba increíblemente afilada porque Carlton la había estado afilando contra la piedra de afilar esta mañana; antes de que el mercenario pudiera detenerlo, Luisen se había cortado el pelo.


"Vale, ya está bien, ¿no?". Luisen entregó el manojo de pelo a Carlton.


El mercenario miró los mechones que tenía en la mano. Era hermoso, como un celemín de hilos de oro, pero Carlton tenía dudas.


El mercenario apartó la mirada del cabello dorado y miró a Luisen. Como el joven Lord se había cortado justo por debajo de las orejas, su pelo empezó a extenderse en todas direcciones; era como si un ratón hubiera empezado a mordisquear sus puntas. Carlton no podía reírse de todo aquello, le pesaba el corazón al ver lo desnudo que parecía el cuello del Lord.


En el pasado, uno de los hombres de Carlton dijo una vez, borracho, que se había hecho mercenario porque su mujer había vendido su pelo por dinero. Había elegido este duro trabajo porque se odiaba a sí mismo, por ser tan incompetente que había llevado a su mujer a vender su pelo. Carlton no lo entendió en aquel momento; sólo era pelo. Volvería a crecer con el tiempo... qué insignificante.


Luisen no era la esposa de Carlton, pero ahora el mercenario comprendía los sentimientos de sus hombres.


Nunca se había sentido tan impotente e incompetente. Carlton era alguien que se enorgullecía de sus capacidades: definían su identidad.


"...Sólo esta vez. Esto no volverá a suceder. Pase lo que pase, me aseguraré de que no nos falte dinero", juró Carlton. Ya sea a través de la caza o el trabajo manual, esto no volvería a suceder. "Bueno... ¿haz lo que quieras?" dijo Luisen.


'¿De verdad Sir Carlton odia estar en deuda conmigo?' Contemplando las extrañas obsesiones de Carlton, Luisen volvió a ponerse la capucha sobre la cabeza.


***



Las  circunstancias de un señor caídoOnde histórias criam vida. Descubra agora