GENUINAMENTE IDIOTA {12}

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{Capítulo 12}

THUNDER

Hoy era miércoles. Y mañana..., mañana eran las audiciones.

A pesar de tener todo atado, aún tenía el constante sentimiento de no estar ofreciendo todo de mí. Permanecía con la extraña sensación de que esto no era suficiente. De que no los sorprendería y sería uno más que descartarían de su lista.

Porque puede que les gustase, sí, pero no que les calase.

Que los llenase y los satisficiese tanto que dijesen: «Es él. Él, él es el elegido».

Tenemos que llegar a ellos. Dejar huella y que nos recuerden.

Bueno, tenía todo el día de hoy para pensarlo. Y la mejor manera de distraerme mientras tanto, sería practicar mi solo, una vez más. A pesar de que fuesen alrededor de las seis y media de la mañana y aquí en el hotel todos estuviesen durmiendo.

Cambio de planes.

Podía ser malvado, pero no despertaría a nadie por mi ruidosa música.

Suspiré, y antes de pensar en qué llevarme conmigo y en qué dejar en la habitación, me acerqué a la ventana. Abrí esta, comprobando así que el frío infernal que hacía se mantenía. Amaba el frío, pero odiaba el hecho de llevar un abrigo que pesase más que yo cada vez que quería salir a la calle. Aunque fuese otoño, el viento que azotaba hoy mi cara me hizo replantearme entre si hacerme el duro y bajar solamente en mi pantalón de pijama o vestirme con algo apropiado.

Bueno..., mi vida sería de lo más aburrida si jamás hiciese cosas estúpidas. Negué con la cabeza y cerré la ventana. Cogí mis cascos negros, los cuales colgué a mi cuello. También metí la guitarra en su funda y la cargué sobre mi espalda. Con un aspecto horrendo y con unas extensas y marcadas ojeras..., decidí tomar algo más de ropa.

Apenas había salido de la habitación y ya tenía frío. Por lo que me vestí con un chándal negro y una de mis muchas sudaderas anchas que tenía apiladas en la maleta. Cómo no, opté por una de Nirvana color... Para qué mentirnos, yo jamás había sido un experto en diferenciar entre las muchas tonalidades de un color. Era roja. No había mucho más que decir de ella. A excepción de la útil capucha que me protegería del frío ahí fuera. Mi larga melena me arropaba de cierta manera, pero no era suficiente.

Me até rápido los cordones de mis únicas zapatillas de deporte que había traído conmigo, y ahora sí, me dispuse a salir de mi habitación.

Con un aspecto igual de horrendo, pero algo más calentito. Me hice creer a mí mismo.

Me dirigí hacia las puertas del ascensor y casi me reí al pensar en que si alguien estaba despierto a estas horas, me vería con esta cara de dormido.

Puede que tuviese pesadillas incluso.

La verdad era que mi aspecto físico siempre me había resultado indiferente, pero verdaderamente, esperaba no encontrarme con nadie en el ascensor. No quería ni pensar la impresión que tenía que llevarse quien sea que me viese vestido a estas horas con una guitarra eléctrica sobre mi espalda.

Lentamente, las puertas del ascensor comenzaron a abrirse y... había alguien dentro. Solo que ese alguien parecía igual de dormido que yo. Con ojos igual de somnolientos que los míos, me miró de arriba a abajo sin moverse siquiera, esbozó una pequeña sonrisa cansada sin mostrar los dientes, y salió del ascensor, apoyándose en lo primero que alcanzó, esquivándome a trompicones.

No me dio la sensación de que él estuviese mucho más extrañado que yo. Me fijé en que el pelo negro del chico también era igual de largo —o algo más diría— que el mío, y este estaba recogido por un moño alto. El delineado negro que se había aplicado en sus párpados inferiores estaba totalmente esparcido por sus mejillas. Y, en definitiva, había vuelto de fiesta, dado que comenzó a dar tumbos de un lado a otro y el simple hecho de mantenerse erguido pareció costarle un esfuerzo inhumano.

Eléctricos suspirosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora