LA IMPOSICIÓN CREA EL ODIO {23}

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{Capítulo 23}

THUNDER

— ¿Eres Thunder Iversen?

— ¿Hola? Te he preguntado algo.

— ¿Hum? —Regresé a la realidad, dejando de lado el repaso mental que estaba teniendo de todas las notas y acordes que debía tocar a la perfección—. Ah, s-sí, sí... El mismo —dije sin importancia, no reparando siquiera en quién me estaba hablando.

La chica que me había hablado suspiró sonoramente ante mi respuesta y pareció anotar algo en su placa de portanotas negra. Seguidamente, dijo algo que no logré escuchar por el micrófono de sus auriculares negros también.

— ¿Algún problema? —le pregunté dirigiéndome a ella, sin poder contenerme.

— Muchos, muchacho, pero ninguno que te interese. Sales después del chico de ahí, el pequeño que está llorando. ¿Lo ves? Pues ese —zanjó, indiferente ante el niño.

Ni siquiera tuve tiempo de decir nada al respecto, cuando esta se quedó muy quieta escuchando algo que le decían por los auriculares y acto seguido se fue corriendo del lugar.

El niño que debía tocar antes que yo, parecía odiar estar ahí. Supuse que tendría mucha presión, probablemente de sus padres, por lograr una plaza. Sentí pena por él y decidí acercarme, aún quedaban unos diez participantes más antes que nosotros.

— Hola... chaval. ¿Todo bien? —pregunté amable, esbozando mi mejor sonrisa y acuclillándome frente a él.

Este se secó con rapidez las lágrimas con ayuda de las mangas de su camiseta. Camiseta de Nirvana. Sonreí por ello.

El pequeño que no tendría más de doce años, asintió sin mirarme a la cara, mirando hacia otro lado.

— Tu camiseta mola. ¿Te gusta el grupo? —le pregunté mientras me levantaba y dejaba la funda de mi guitarra y la misma en el suelo— Yo tengo toda mi guitarra cubierta de pegatinas de la banda —dije captando su curiosidad e intentando tranquilizarlo.

— ¿D-de... verdad? —dijo él en voz entrecortada, aún con los ojos enrojecidos y con las mejillas húmedas.

— Sí, mira... Es esta —Me senté en el suelo y abrí la funda, este se acercó a mí y se asomó para verla— ¿Te gusta? —pregunté sacando la guitarra e indicando con mi índice los lugares en donde tenía pegadas las pegatinas del grupo.

El niño la miró con los ojos muy abiertos y asintió repetidas veces.

— Tengo decenas de pegatinas de Nirvana, por si las quieres, son todas tuyas, chaval —dije curvando media sonrisa y tendiéndole las pegatinas para que él también las pusiese en su guitarra.

El niño hizo una mueca y miró las pegatinas de mis manos con un brillo peculiar en sus ojos hasta que al final dijo:

— No puedo...

Al principio no lo entendí, poco después llegué a la conclusión.

Le sostuve la mirada enarcando una ceja y esperé paciente a que este lo dijese.

— No me dejarían —aclaró él al fin, aunque aun así, le tendí las pegatinas para que las guardase.

Este miró a ambos lados y al fin las tomó y se las guardó en el bolsillo de su pantalón. Asentí satisfecho y forcé una sonrisa.

— Chaval, ¿por qué estás aquí...? ¿Alguien te ha obligado a venir?

El niño no dijo nada, tan solo volvió a asentir y se limpió de nuevo las lágrimas con sus mangas, hasta que yo le tendí un pañuelo y lo agradeció con un ligero asentimiento de cabeza.

— Es mi futuro —dijo él mientras se sonaba la nariz.

— ¿Quién lo dice? —pregunté suavemente, intentando dirigirme a él con tacto y con intenciones de lanzarle un mensaje que calase en él, aunque ciertamente no fuese mi cometido.

— Todos, todos lo hacen. Todos lo esperan —espetó él exasperado, alzando las manos al aire y cansado, muy cansado.

— ¿Y tú estás de acuerdo? —pregunté clavando mi mirada en él, esperando que entendiese mi pregunta y le diese unas cuantas vueltas.

Negó lentamente cabizbajo, como si le diese miedo incluso aceptarlo en voz alta.

— ¿Se lo has dicho ya a tus padres?

— ¡No! No, no... —El crío se inquietó ante la mención de sus padres.

— ¿A qué tienes miedo? ¿A su reacción? ¿A que se decepcionen? Chaval, es tu vida. Tú la vives, tú la escoges. Tú, y solo tú, eres dueño de todas tus decisiones, y más si estas afectan de forma directa a tu futuro. Ellos, como tus padres, pueden aconsejarte, pero no lanzarte al abismo sin tan siquiera preguntarte a ti por ello —expliqué con calma.

La música podía crear entornos muy bonitos, pero también muy tóxicos y competitivos. La rivalidad se palpaba en el ambiente y odiaba que así lo fuese. Que la esencia de la música se perdiese por personas que se lo tomasen como una competición a la que no les llevaría a crear nada único, propio... Ni les llenaría jamás.

— No es que no me guste..., pero no quiero estar aquí —respondió él—. Nunca lo he querido, y todos los años me hacen venir. Todos los años me hacen escuchar los mismos comentarios que hacen que mis clases sean aún más estrictas por culpa de los comentarios del jurado. Es un bucle... No tengo tiempo para otra cosa, tan solo... me ciño a la rutina y... a veces creo que nunca tendrá su final.

Acaba con esa rutina —solté tranquilo mientras colocaba la correa en la guitarra y la tomaba del mástil para pasarla por mi cuello y dejarla colgada, preparado para salir.

— ¿Cómo? No se puede... —musitó él con voz cansada.

— ¡Ey! Claro que se puede, solo que estás esperando a que alguien haga frente a tus padres por ti —Me agaché para quedar a su altura, clavé mi mirada en él con dureza y coloqué mi mano derecha sobre su hombro, estrechando este—. Pero si quieres redirigir tu vida..., tan solo tú tienes el poder de hacerlo. Créeme, nadie te ayudará, ni nadie lo hará por ti.

— ¿Y crees que funcionará? ¿No se enfadarán conmigo? —objetó él cabizbajo.

— Uno, sí, y dos... sí —esto hizo captar su total atención hacia mí, porque levantó la cabeza y me miró con curiosidad— Es muy probable que la tomen contigo y te hagan cambiar de opinión, pero si verdaderamente no quieres hacer esto, está en tu derecho comunicárselo a tus padres y que los mismos lo entiendan y te comprendan.

— Ya..., ¿pero y si no lo hacen? —preguntó él entonces, con algo de miedo sobre sus palabras.

— Entonces... ese ya no es tu problema —dije apartándome de él y alzando las manos en el aire.

— ¡No es tan fácil! —exclamó él tras de mí.

— Nadie ha dicho que lo sea, pero la imposición crea el odio —contesté girándome hacia él— Y si han logrado que aborrezcas de algo que te gustaba, es porque algo han hecho mal. Y no me malinterpretes, no soy nadie para juzgar a tus padres, pero solo digo lo opino sobre esto porque odio ver a gente llorar por problemas que deberían tener una rápida solución si educasen a los niños de diferente manera. Con derecho a escoger libremente.

El niño pestañeó repetidas veces, sin dejar de mirarme. Parecía verme y a su vez no, era como si estuviese repitiendo de nuevo mis palabras en su mente. Se produjo un largo silencio hasta que este finalmente dijo:

— Pondré las pegatinas.

Primer acto de rebeldía; ejecutado.

— Solo si tú lo quieres.

— Sí, así es —afirmó él firme sobre su decisión.

— Bien, entonces pégalas, sin remordimientos. Sin pensar en lo que opinará el resto —dije pasando mi guitarra a mi espalda y cruzándome de brazos frente a él. Tuve que reprimir una sonrisa orgullosa.

— Mike Macleod, eres el siguiente. Sales en 5..., 4..., 3...

Eléctricos suspirosWhere stories live. Discover now