Epílogo.

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Dos meses después...

—¡Mario!—La pelinegra gritó, corriendo hacia el nombrado con aquel objeto en su mano derecha.—Mira.—Se lo entregó, sonriendo.

No lo pensó y miró el resultado.

—¡Seremos padres!—Envolvió el cuerpo de su amado con sus brazos.

Positivo. Serían padres.

Sonrió en grande y correspondió al cálido abrazo de Sandra.

—Dios... ¡Seré papá!—Cargó a su esposa y le dió vueltas.

—Amor, suéltame, por favor.—Rió.

La bajó y automáticamente se arrodilló. Acarició su pancita y la besó. Sandra juró haber muerto de ternura ahí mismo.

—Créeme que serás un excelente padre, cariño... No lo dudes.

Él se paró y sonrió.

—Y tú una increíble madre.—Besó sus labios con lentitud.—Te amo.

—Yo a ti, cielo.

Sandra tenía casi ocho semanas de embarazo y, coincidía con el tiempo desde que regresaron de Italia... Curioso, ¿verdad? La pelinegra sufrió de vómitos y constantes mareos, por esa razón; les llegó aquella idea de que ella estaría embarazada. Resultó siendo cierto y, ahora mismo están esperando un lindo bebé.

Cumplieron dos meses de casados, en el cuál, disfrutaron de un bonito día de picnic en el campo. Eran más que dos personas felices, ya que después de todo, ambos permanecen enamorados.

Nunca imaginaron que en algún punto de sus vidas sus sentimientos se corresponderían. Al pasar el tiempo, todo fue cambiando y ambos no desearon oponerse ante ello, porque querían superar cada obstáculo que se les presente en el camino... ¿Y cuál era el punto de esto? Que lo harían juntos.

Juntos, siempre juntos.

—¡No puedo creer que estés embarazada de Mario!—Betty alzó la voz, robándose la atención de Armando. Sin dudarlo, aquel pelinegro corrió y tomó el teléfono.

—Sandrita, muchas felicidades, pero pásame a ese animal.—Musitó.

La nombrada le entregó el teléfono a su esposo y este lo colocó en su oreja.

—¿Aló?—Dijo, curioso.

—¿¡Cómo puede ser posible que para lo único que sirva tu cosa esa, sea para esparcir espermatozoides, estúpido!?—Habló Armando, aguantando las ganas de reírse detrás de la línea.

—¿Y tú quién te crees para reprocharme, inútil?

Mendoza roda los ojos.

—Me creo tu mamá.—Respondió.

—¡No vengas a meterte con mi mami!—Frunce el ceño con clara molestia.

Sandra suelta una pequeña risa.

—¡No te rías, Sandra!

—¡Muy bien, Sandrita, búrlate del chimpancé de tu esposo!—Ríe el pelinegro.—Y, por cierto, felicidades a los dos.

—A mí no me hables, Armando, no quiero volver a saber de ti.—Le entrega el teléfono a la menor y se va a la habitación.

—¿Mario se fue?

—Sí, se enojó un poquito.—Patiño carcajea.

—Ya se le va a pasar.—Replicó.—Betty y yo no nos esperamos la noticia de que serían padres.

Sé que fue un error • MandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora