Capítulo siete.

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Pasé toda la mañana entre dildos. Mi mesa se convirtió en el expositor de un sex-shop. Los estudié minuciosamente poniendo especial atención en la textura de cada uno, las formas, los colores, el tamaño. Cuando la pantalla del ordenador quedó en negro me vi en el reflejo y quise morir. ¡Qué imagen más patética! Yo con el pene de goma en la mano. Pero más quise morir cuando pegué el dildo con ventosa en la ventana que daba al pasillo y Álvaro y dos o tres compañeros más pasaron mientras estaba arrodillada junto a él, examinándolo por abajo y comprobando la capacidad de la ventosa. Sus caras fueron dignas de foto.

Dejé la caja en una esquina y le puse encima unas telas que me habían dejado para otro proyecto. No quería ver más esos bichos del diablo. Ya había tenido suficiente. Estaba más que lista para ponerme manos a la obra con el artículo (perfecto y maravilloso) que Addison me había pedido. Agradecí que no apareciera en todo el tiempo que pasé mirando esas cosas.

Dos toques en la puerta. La cabeza de Vanesa asomando.

—Hola.

—¡Ey! —el saludo salió más informal de lo que pretendía. La culpa del rato de cervezas de ayer—. Hola. Pasa, Vanesa.

Entró y cerró la puerta tras de sí. Buscó con la mirada la gran caja de dildos y me miró al no verla por ninguna parte.

—Está oculta —le dije sabiendo lo que hacía—. Y no, si has venido a reírte de mí...

Vanesa soltó una carcajada.

—Álvaro lo está comentando en la sala de descanso.

—¿Qué dice?

—Que te ha visto en una situación muy graciosa. Creo que te van a estar vacilando lo que queda de semana.

«Puto Álvaro», dije para mis adentros.

—Déjalos. De alguien tendrán que reírse —dije volviendo a concentrarme en el ordenador.

—¿Qué tal estás? ¿Tienes resaca?

—¡Que va! —la miré de soslayo—. ¿Tú?

—No. —Se colocó el pelo tras la oreja y bajó la mirada como si me acabara de mentir—. Bebí más de lo que suelo beber, eso es verdad.

—Ya... lo noté en tus coloretes.

Vanesa se sonrojó de inmediato.

—Tus amigas son geniales —dijo—. Me cayeron muy bien.

—Están locas pero se les coge cariño.

Ella asintió.

—Perdona si te dijeron algo fuera de lugar en algún momento.

—Que va —negó con la cabeza—. No te preocupes. Lo pasé muy bien.

—Cuando quieras te puedes unir a nosotras —le dije de corazón.

—Gracias. Por cierto, he venido a decirte que a las doce tenemos reunión.

¿Por qué siempre tenía que enterarme por un aviso de Vanesa? ¿No sabían mandar un mensaje? ¿Addison aparecía por sorpresa en la pantalla del ordenador para cualquier otra cosa y no para decirme que había una reunión? Me explicó que no era nada del otro mundo, simplemente para comentar alguna que otra cosa sobre los diferentes proyectos que llevábamos en marcha.

—A doña Addison le gusta hacer al menos una reunión a la semana —explicó—. Para asegurarse de que todo vaya bien.

Addison tenía empleados porque no le quedaba remedio. Si por ella fuera llevaría todas y cada una de las secciones de la empresa. Haciéndolo todo ella sola.

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora