Capítulo veinticuatro

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 —Le metiste mano.

Rose asintió de un cabezazo y bebió de su cerveza.

—No le metí mano. Solo... coloqué la mano en un sitio estratégico para subir la temperatura.

Era jueves por la tarde y habíamos quedado en el Ambrosía para ponernos al día de todas las novedades. Las mías, las de Rose y las de Elena.

—Qué arriesgado —dijo Elena—. En la sala de reuniones.

—Fue la experiencia más morbosa que he tenido en mi vida —reconocí—. ¿Sabéis esa excitación de saber que te pueden pillar? Es la hostia.

—Degenerada. —Dijo Rose a modo de broma.

—Primero me decís que le tire la caña en el trabajo y que la empotre donde sea y ahora me decís que soy una degenerada... ¿qué hago con vosotras?

Ambas se echaron a reír y bebieron cerveza al mismo tiempo.

—Lo que más me llamó la atención es que sabe que me reúno aquí a menudo —conté—. No me preguntéis cómo. Pero vino el martes a buscarme... ¡sabía que estaba aquí! ¿Cómo lo sabía?

—Es Addison Lane —aclaró Rose, como si fuera Dios—. Puede hacer lo que quiera y enterarse de lo que quiera. Solo tiene que hacer unas llamadas.

Me encogí de hombros.

—La cuestión es que vino a buscarme, chicas...

—¿Y qué quería?

—Hablarle de lo bonito que le había quedado el post sobre cremas faciales —Rose rodó los ojos y resopló—. Elena, pareces nueva.

—Esto se nos está yendo de las manos —murmuré—. Me estoy encontrando mal... ¿qué pasa si nos descubren? ¡Estaba Vanesa delante y ni le importó!

—¡¿Perdona?! —Los ojos de Rose casi se salen de las cuencas—. ¿Vanesa estaba? ¿Y a ella no le importó?

—En absoluto. Se acercó como si tal cosa —expliqué.

—Ya está. —Sentenció Elena—. Addison no puede aguantar más esta tensión que tenéis entre las dos. ¿No te estás dando cuenta?

—Fue a buscarte para que la dejaras seca —Rose sonrió y bebió del botellín—. Está cachonda desde aquel día. Todos los días lo está. Lo tenemos claro.

—Que haya ido a buscarte precisamente a ti y... para eso, es sospechoso —dijo Elena—. Nos muestra que se ha pillado de ti, Abby. Has hecho algo en esa mujer poderosa. Quiere tenerte, quiere que estés con ella. Quiere...

—Dejar a su marido para irse contigo —terminó Rose.

—¿Y qué voy a aportarle yo a parte de sexo?

Elena y Rose se miraron.

—Con el sexo es suficiente —afirmó Rose.

Estaba en el Ambrosía pero no estaba cómoda. Saber que en cualquier momento Addison podía aparecer por la puerta me hacía estar alerta todo el rato, observando las entradas y salidas, a la gente que iba y venía. No podía dejar de estudiar el local. ¡Maldita Addison! Ni en «mi casa» podía estar relajada. El Ambrosía era mi zona de confort, pero ya no.

—Oye, oye, oye —Elena hizo un gesto con la mano para que nos calláramos—. No estamos hablando lo suficiente de que mañana es viernes.

—¿Y qué? —dije.

—¡¡La cena con Addison!! —gritó Rose acordándose de repente. Tenía ella más ganas que yo.

—La cena de trabajo con Addison —aclaré poniendo especial énfasis en la palabra «trabajo».

Addison LaneWhere stories live. Discover now