Capítulo treinta y dos

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—¡¡Addison!! —Un grito ahogado salió de mi boca. Rose y Elena me miraron boquiabiertas, como si hubiera venido el mismísimo Dios a visitarnos.

Doña Addison me agarró de la mano, me hizo levantarme y me llevó a otra mesa alejada de todo el mundo. Mis amigas no pudieron cerrar la boca en los siguientes cuatro minutos pero a mí me daba igual. La jodida Addison Lane había ido al Ambrosía a buscarme y me llevaba a un aparte..., podía hacer conmigo lo que quisiera.

Me senté en uno de los grandes sillones y se sentó delante de mí.

—Joder —suspiré—. Esto sí que no me lo esperaba.

—¡Sorpresa! —hizo un gesto a la camarera con la mano y con una especie de señal secreta pidió dos bebidas. Mi mirada no podía salir de su cara, de sus ojos azules, de esa boca que tanto había besado y que tanto me apetecía volver a besar. Olía extremadamente bien y de nuevo esa chaqueta de cuero que llevaba la primera vez que la vi.

La camarera nos dejó dos botellas de cerveza.

—¿Qué haces aquí? —pregunté.

—Creía que usted no iba a venir esta noche —dijo con voz seca, como si estuviera enfadada por mentirle.

—Ya..., no iba a venir —confesé—. Pero luego pasó una cosa y... tenía que ver a mis amigas.

Addison esbozó una sonrisa y sus ojos azules se hicieron grandes.

—Es usted muy adorable.

—Creía que era usted una mujer ejemplar —dije siguiendo su juego—. Una mujer que los lunes no sale de fiesta. Que se acuesta a las nueve y que...

—¿Todo eso cree de mí? —me interrumpió.

—Sí. No que saliera a beber con sus empleados. Mañana hay que madrugar.

Bebió de manera lenta, agónica. Posando sus labios en el cuello de la botella un gesto muy sensual, sin quitarme ojo de encima.

—Ya veo que la Addison que ha salido esta noche es una muy diferente a la del trabajo.

Ella arqueó las cejas pero no dijo nada.

Me incliné sobre la mesa para quedar más cerca.

—Veo que esta Addison quiere perder la cabeza, quiere olvidarse de todo. De las responsabilidades, del trabajo, de la vida que tiene... esta Addison está falta de muchas cosas —susurré—. Creo que tenemos que profundizar mucho sobre usted.

—No. —Dijo tajante.

—Me va a tener que contar algún día por qué sale a escondidas de su marido. Por qué le parece tan morboso y por qué necesita hacer todo lo que hace.

Sus azulados ojos me miraron con tristeza para después posarse en la botella que sostenía entre las manos.

—Hay un montón de cosas dentro de usted que necesitan salir —solté—. Sé que necesita ayuda y puedo ayudarla. Hay una Addison Lane que pide a gritos que la salven.

—Señorita Abigail —Su voz sonó grave, autoritaria—. No vamos a tener esta conversación.

—Addison, puedes hablar conmigo de lo que quieras —coloqué mi mano sobre la suya pero me rechazó apartándola. No le gustaba esa conversación porque hería sus sentimientos. Porque tenía razón y porque no quería o no estaba preparada para ver la realidad y hacerse las preguntas que debía.

¿De verdad quería seguir con su marido? ¿Era feliz con la vida que tenía? ¿Quería seguir llevando esa vida? ¿Lo que tenía que hacer era pedir los papeles del divorcio y buscar el lugar que le correspondía?

Addison Lane tenía un cacao en su cabeza que tenía que deshacer.

Y ¿por qué no lo había hecho ya?

Por miedo.

—No se meta en mi vida, por favor se lo pido.

Mi cara fue de desconcierto. De repente se ponía a la defensiva. Su cuerpo creció hasta volverse más grande y su cara ahora era seria y molesta. ¿Por qué le molestaba tanto que quisiera indagar en su vida? Estaba claro que no podía salir sola de esa mierda en la que estaba metida pero tampoco estaba dispuesta a aceptar ayuda. ¿Acaso le encantaba lo de tener doble vida y engañar al tonto de Daniel día sí y día también?

No.

Doña Addison merecía mucho más que eso.

—Me siento bien con usted —confesó—. Y eso es todo lo que debería de importarle. Me gusta estar con usted, señorita Abigail.

Sin duda a mí también me gustaba estar con ella pero mantuve la boca cerrada.

—¿No lo nota? —preguntó siendo ella la que me agarró de la mano esa vez.

Nuestras miradas se fusionaron en una sola durante segundos que se hicieron eternos. Era la mujer más guapa del mundo. Su energía y su libido se transmitieron desde su mano hasta la mía. Suspiré y comencé a acariciarla.

—Usted y yo tenemos algo que no se puede explicar —dijo—. Es algo... increíble, mágico, carnal. Puede notarlo, ¿verdad?

Asentí sintiendo la gran carga de energía por cada parte de mi cuerpo.

—Usted y yo estamos hechas de otra pasta —siguió diciendo—. La vida nos ha juntado porque somos explosivas y quiere que hagamos fuegos artificiales.

Eso me hizo soltar una carcajada.

—No se ría. —Dijo muy seria.

Borré la sonrisa de golpe.

—¿Por qué no vamos al baño? —preguntó alzando una ceja.

Mi cabeza se saturó y negué.

—No.

—¿No?

—¡¡No!! —aparté la mano con rabia y me hice hacia atrás en el asiento.

—Señorita Abigail... —susurró sin dar crédito a mi reacción.

—¡¡No voy a follar contigo hasta que no arregles tu vida!! —grité antes de levantarme del sillón y salir corriendo del Ambrosía.

Addison LaneOnde histórias criam vida. Descubra agora