Capítulo treinta

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Lo primero que me encontré a llegar a la oficina fue a Álvaro en el ascensor. Subimos en silencio a pesar de sus intentos por mantener una conversación. A la tercera vez que le ignoré, entendió que de mi boca no iba a salir ni una palabra. Y cuando salió del artilugio metalizado me miró para decirme: «esta semana uno será el elegido para hacer el viaje con Addison, y no vas a ser tú». Lo dijo para hacerme rabiar, para que le contestase de malas maneras y dejarme en evidencia delante de los demás compañeros que estaban en la planta pero no lo consiguió. Le regalé una mirada de odio y me fui a mi despacho. La pantalla de mi ordenador estaba llena de post-it que yo misma había fijado. Tareas que tenía que retocar y empezar. Resoplé con fuerza al pensar en el día movido que me esperaba y miré a la cristalera rezando para que Addison y su modelito de empresaria rica no apareciera en toda la mañana.

Empecé a hacer mi trabajo tratando de no pensar en ella. Pude concentrarme la primera hora. La segunda se hizo un poco más cuesta arriba. Sobre todo cuando empezaron a pasar mis compañeros de un lado a otro y mis ojos se iban solos para ver de quien se trataba.

Cuando Vanesa entró por la puerta sentí un alivio inmenso y la necesidad de contarle (corriendo) todo lo que había pasado. Antes de poder saludarme, me levanté de un salto, di la vuelta a la mesa, la agarré para que terminase de entrar y cerré la puerta.

—¿Pero qué te pasa? —preguntó entre risas.

—La cena... en casa de Addison.

—Oh sí —dijo sin quitarme ojo—. He cogido este informe para fingir que te lo traigo pero solo vengo a preguntarte sobre eso.

La conduje hasta la silla que había delante de mi mesa de escritorio y la senté empujándole de los hombros. Ella me miró sabiendo que no hacía falta hacer ninguna pregunta solo darme tiempo para arrancar. Se lo conté todo. Me puso muecas de todos los estilos y cuando terminé soltó una explosiva carcajada.

—Esto es como ver una película.

—¿Tú crees?

—¡Sí! —exclamó sin borrar la sonrisa.

—¿La has visto hoy?

—Sí.

—¿Y qué tal? ¿Cómo la has visto?

Vanesa me miró con maldad.

—La verdad es que tiene el cutis perfecto y le brillan los ojos.

—¡Venga ya! —protesté—. No me cuentes cuentos.

—¡Oye! —bufó—. Bueno, la verdad es que me lo estoy inventando pero está más guapa que otros días. Se nota que... algo en su interior se encendió el otro día.

Sonreí de lado y me imaginé el modelito que habría elegido para el primer día de la semana, con el que verme la primera vez después de aquello tan alocado en su casa. El corazón frenó en seco porque... tenía, que, volver, a, verla. Y no. No iba a ser nada fácil.

—¿Estás bien? —Vanesa se levantó de la silla y me puso una mano en el hombro—. Te has puesto pálida. ¿Quieres sentarte?

Negué con la cabeza.

—Supongo que soy una cobarde —dije—. Es pensar en volver a verla y que me tiemblen las piernas.

—No te preocupes. Todo irá bien —aseguró Vanesa—. Y está súper pacífica hoy, además.

Cuando Vanesa abandonó mi despacho volví manos a la obra hasta muy tarde. No me di cuenta ni de la hora que era. Una amable compañera me dio varios toques a la puerta para avisarme de que se iba y de que por qué no estaba recogiendo yo. Cuando miré el reloj me sorprendí. Apagué todo de prisa y recé para no ser la última trabajadora en salir de la oficina. Atravesé el pasillo. Nadie a la vista. Todo el mundo había hecho bomba de humo. ¿Por qué ni siquiera Vanesa había venido a decirme que era la hora de pirarse a casa? Me apresuré para llegar al ascensor que cada vez parecía estar más lejos. «Que no me la encuentre, que no me la encuentre», pensé apretando con fuerza los dientes.

Addison LaneWhere stories live. Discover now