Capítulo ocho.

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 —Y... ¡acabé! —Puse el último punto en el artículo y rodé mi silla hacia atrás. ¡Era una máquina! Había conseguido tener preparado el artículo (perfecto) en dos días. Esperaba que a Addison le gustase tanto como a mí. Creía que me había quedado realmente bien. Seguro que fue gracias al minucioso estudio de los dildos.

Descolgué el teléfono de mi mesita y marqué el número del despacho de Addison. Esa mañana mi energía brotaba por cada poro de mi cuerpo.

Esperé unos segundos.

Un tono.

Dos.

Tres.

Cuatro.

«Joder, ¿dónde se ha metido esta mujer?», pensé quitándome el teléfono de la oreja y dejándolo caer de mala manera para colgarlo. Me froté la cara con fuerza. El momento de lapsus que tuve ayer no salía de mi mente. Cuando me levanté y me puse al lado de la jefa. ¡Muy al lado! No podía borrar ese momento de tensión y magia que creamos. ¿Lo habría tenido en mente ella también? ¿Me odiaba por ello? En el caso de no acordarse de mí, ¿se había acordado en ese preciso momento donde estábamos tan cerca? No sé por qué reaccioné así, ni siquiera sabía lo que pretendía. ¿Me había levantado con intención de besarla? Observé las vistas a la ciudad desde el gran ventanal durante unos minutos, dejando volar mi mente, mi imaginación. Cerré los ojos agradeciendo los rayos de sol en mi cara. No había dormido demasiado pensando en acabar el artículo. Visualicé la silueta de Addison, humedecí mis labios. Si me esforzaba aún podía notar cómo me mordía los labios, cómo atrapaba mi boca con rabia y cómo acomodaba sus piernas en mis hombros. ¿Estaría enfadada esa noche? ¿Fue buscando sexo por despecho? ¿El canoso había metido la pata y ella le había castigado de esa manera? Eran tantas preguntas en mi mente... y ninguna respuesta. El recuerdo de mi mano dentro de ella aún seguía muy vivo. Agarré con fuerza la silla y humedecí de nuevo mis labios. Me estaba excitando peligrosamente y no era buena idea. En el trabajo no. Abrí los ojos y miré a mi al rededor. Todo en orden. Nadie había entrado por sorpresa al despacho sin llamar, nadie me observaba a través del cristal del pasillo. Me atusé el pelo y me puse bien la camisa. Las fantasías las dejaría para casa. Miré la hora en el reloj de la pared y descolgué de nuevo el teléfono.

Un tono.

Dos.

Tres.

Cuatro.

Nada.

Addison esa mañana era un fantasma.

Pulsé el botón para hablar con Vanesa y esta no tardó en aparecer al otro lado.

—¿Dónde está Addison? No se encuentra en su despacho.

—Tiene una reunión importante —anunció—. No sé cuándo estará libre.

Suspiré y me apreté con fuerza entre medias de los ojos.

—¿La necesitas de urgencia?

—No, que va —dije—. Era para comunicarle que he terminado el artículo. Quería que le echase un vistazo.

—Te recomiendo que sigas con lo demás. Igual para el mediodía puedes hablar con ella.

Qué mujer tan ocupada.

Estaría en la reunión sentada en su increíble sillón, de piernas cruzadas. Al mando de todos. Poderosa, atractiva, elegante. Fruncí los labios al imaginar su collar balanceándose sobre su escote. ¿Llevaría escote?

—¿Abby? —susurró Vanesa al otro lado.

—Estoy aquí.

—Pensaba que te había tragado la tierra.

Addison LaneWhere stories live. Discover now