Capítulo dieciséis

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Un rayo de luz entraba por los enormes ventanales de mi habitación. Un momento... ¿enormes ventanales en mi habitación? Abrí los ojos de golpe observando a mi al rededor. ¿Dónde coño estaba? Esa no era mi casa.

A mi lado, bocabajo, una chica durmiendo.

—¿Vanesa? —musité.

Se desperezó en la cama y se dio la vuelta lentamente para mirarme con el pelo en la cara. Fruncí el ceño y la miré esperando una explicación porque yo no entendía nada. Muchas preguntas rondaban mi mente. ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Por qué estaba durmiendo en la misma cama que Vanesa? Me apresuré a comprobar que llevábamos la ropa puesta. La llevábamos. Al menos era un alivio.

No habíamos hecho nada.

Porque no habíamos hecho nada, ¿verdad?

—Buenos días —dijo frotándose los ojos.

—No, buenos días no. ¿Qué estoy haciendo aquí?

Ella esbozó una sonrisa y se incorporó a mi lado.

—¿No recuerdas nada?

—No.

—No me extraña. Estabas muy bebida —atusó su pelo y bostezó, haciendo la espera de saber qué coño había hecho eterna—. Cuando me iba te encontré fuera gritándoles a un grupo de chicos.

—¿Gritándoles?

—Sí. Me dijiste que te habían dicho algo que no te gustó —explicó—. No sé. Estabas muy alterada. Pero mucho. Nunca te había visto así.

Suspiré y me tapé la cara con las manos.

—Incluso hiciste el amago de ir a pegarles en un momento. Te sujeté y nos alejamos de allí. Obviamente, no iba a dejarte ir sola. Quedándote en casa, me asegura de que estarías bien.

—Pues... muchas gracias —murmuré avergonzada.

—No te preocupes. Hoy por ti mañana por mi —me puso una mano en el hombro y sentí un apretón cariñoso—. Somos amigas, ¿no?

La miré unos segundos y asentí con la cabeza.

Miré el despertador que había en mi mesilla y mis ojos casi se salieron de las cuencas.

—¿Has visto la hora que es?

—¡¡Joder!! —Vanesa dio un brinco de la cama de manera elegante y divertida—. Llegamos tarde.

—Llegamos la hostia de tarde.

—¡Madre mía! Doña Addison se va a enfadar —Su voz sonaba desesperada. Que la jefa se enfadase con ella era toda una tragedia en su mundo.

Agarré la camiseta que llevaba puesta. Apestaba a alcohol y cigarrillos. Estaba arrugada y...

—¿Qué es esto? —Me llevé la camiseta a la nariz y olí.

—Oh, es vómito —explicó Vanesa como si fuera lo más normal del mundo.

Una arcada quiso salir por mi boca, me la tapé con la mano y la miré.

—Sí, un chico te vomitó encima —dijo—. Lo siento, te lo tenía que haber dicho antes.

—¿Y me dejaste dormir con esto puesto? ¡Joder, qué asco!

—Es que te tumbaste en la cama en cuanto la viste —trató de excusarse con su aire de inocencia—. Y te quedaste durmiendo en cuestión de minuto y medio. No podía despertarte para cambiarte la camiseta.

—Vas a tener que dejarme algo —dije.

Vanesa abrió el armario y eligió varias camisas, las tendió en la cama y me hizo un gesto con la mano.

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora