Capítulo veintiuno

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Hacía quince minutos desde que había recibido ese mensaje de un desconocido. ¿Qué debía de hacer? ¿Me vestía e iba al Ambrosía para ver qué me encontraba? Era una completa locura. Pero si tenía mi móvil sería alguien de fiar. ¿O no? Di vueltas de un lado a otro. Leí el mensaje veinte veces y no supe qué hacer. «Llamaré a mis amigas para decirles que si no aparezco en tres días que me busquen. Les daré el número de contacto de la persona que me ha secuestrado», pensé. «No, no. Es una puta locura. ¿Y por qué me cita en el Ambrosía? Mi bar favorito... no entiendo nada».

La curiosidad me comía por dentro.

A los cinco minutos de cumplir media hora desde el mensaje, estaba cruzando la puerta de mi local de copas favorito. A penas había tres mesas y dos personas en la barra hablando entre ellas. Sería fácil reconocer a la persona que me había hecho quitarme el pijama y salir a la calle un martes a la una y media de la mañana. Ya podía merecer la pena la cita. ¿Y por qué tanta prisa por verme? ¿Era Addison que estaba loca por echar un polvo y su marido estaba durmiendo?

«Ojalá lo sea», pensé frunciendo los labios.

La camarera (y amiga nuestra) me hizo una señal con la mano. Me acerqué la barra. Mi cara de desconcierto debió de darle una pista que no tenía i idea de qué estaba haciendo ahí a esas horas.

—¿Qué te pasa? ¿Te has caído de la cama?

Esbocé una sonrisa y negué con la cabeza.

—¿Dónde están Rose y Elena?

—Durmiendo, supongo. Lo que debería de estar haciendo yo.

Al menos si me mataban, la camarera del Ambrosía era testigo de que había estado ahí y con quien había estado. Solo esperaba que quisiera hablar con la policía.

—¿Y qué te trae por aquí a estas horas? —me miró arrugando el ceño. Eso mismo me preguntaba yo—. ¿No habéis estado aquí antes?

—Sí...

—¿Quieres tomar algo?

No sé... ¿quería?

Quizá me vendría bien un poquito de alcohol para lo que estaba por venir (que no sabía exactamente qué era). Un aumento de sueldo, una reunión importante, una tomadura de pelo, un polvo rápido y lleno de energía.

—Sí, pon una cerveza.

La camarera puso la botella sobre la barra y la abrió en un rápido y estudiado movimiento con la muñeca. Me miró sonriente y siguió su trabajo. Esperé, cerveza en mano, a que la persona misteriosa apareciera. Ya llevaba cinco minutos de retraso y eso no decía nada bueno de ella. Saqué el móvil del bolsillo y me metí en el chat. El último mensaje que le había enviado todavía tenía un tick. No lo había recibido en su móvil.

Sospechoso.

Hice un barrido visual aunque no había mucho que mirar porque la gente se estaba yendo. Los que hablaban en la barra pagaron y desaparecieron. Las personas que estaban en las mesas se estaban terminando su cubata y no había nadie más. Fuera quien fuese la persona que me había escrito, entraría por la puerta.

Di un trago a mi cerveza y me concentré en una partida rápida al Candy Crush. Rompía bloques como si no hubiera un mañana. Los caramelos volaban por toda la pantalla. Otro nivel. Y otro. Un trago a la cerveza. Otro nivel más. Una voz femenina me hizo terminar el juego. Aquí estaba. Alcé la vista despacio, rezando para encontrarme con Addison, con la jefa dura que no podía más y se había rebajado a llamarme un martes en la madrugada porque me necesitaba.

Pero cuando alcé la mirada no me encontré con esos ojos azules que tanto deseaba. Ni con el corte de pelo estilo bob que tan bien le quedaba. Ni con los labios que me moría por volver a devorar.

Addison LaneWhere stories live. Discover now