Capítulo diez.

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Esperé a ver si se giraba y podía verle la cara, los ojos. No estaba segura de que fuera ella aunque mi cuerpo sí parecía estarlo. Se puso en alerta, caluroso, nervioso. «Joder, tiene que ser ella».

La supuesta Addison le hizo un gesto a la camarera. Mi «amiga» la tatuada se acercó a ella, asintió ante lo que le dijo y no tardó en sacar un vaso y hacer una bebida mezclando varias cosas. Mientras esperaba, la rubia se apoyó de un lado y quedó mirando la masa de gente que bailaba al compás. Pude verle el perfil, ese perfil... ese destello en su ojo azulado. El nudo de la garganta apretó con más fuerza, un pinchazo en la entrepierna. El recuerdo de nosotras en el baño latente en mi memoria. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Otra vez de caza? ¿Sola? ¿En un garito de mala muerte como ese? La Addison que yo conocía, la pija estirada que vestía de lujo y llevaba las manos llenas de anillos nunca jamás iría de fiesta a un lugar como aquel. Pero allí estaba... ¿por qué? ¿Qué escondía? ¿Qué buscaba? ¿Por qué después no hablaba de ello? Llevaba la raya del ojo perfectamente maquillada. Suspiré pensando en levantarme para ir a su encuentro pero decidí quedarme un rato más a ver qué hacía.

La camarera terminó de hacerle el cubata, lo deslizó en la barra y agarró el billete que le tendió. Cuando le trajo el cambio le dio también un papel acompañado de una sonrisa. Addison lo guardó en el bolsillo y acercó la copa a los labios. «¿Perdona?», pensé. «¿Eso no será su número de teléfono, no? Porque estoy a punto de saltar al otro lado de la barra, agarrar ese matojo de pelo y meterlo debajo del grifo de cerveza».

Mi mirada quedó clavada en ella, analizando todos y cada uno de sus gestos. Estudiando sus movimientos, lo que estaba haciendo y lo que pretendía hacer. En ningún momento conseguí verle bien la cara, no se giró. Saboreó su cubata en la penumbra de la barra, despacio, humedeciendo sus labios cada vez que daba un sorbo.

¡Era sexy hasta cuando no estaba seduciendo a nadie!

«Sí que es Addison, mírala», dijo una voz en mi cabeza.

«Ya lo sé. Ninguna otra mujer tiene esa silueta», respondí.

«Como no vayas te la van a quitar, idiota».

«¿Y qué hago?», respondí enfadada. «¿Me acerco, fingimos que no nos conocemos de nada y volvemos a follar en el baño? Pues no. Ahora no me puedo acercar a ella así como así».

«Ha venido aquí a lo mismo que fue al otro garito, Abby», dijo la voz sabia. «Y sino eres tú, será otra persona. Incluso puede que algún hombre. Ese que se está acercando, quizá».

Mi mirada de odio se concentró en el hombre que iba dirección a Addison, se me paró el corazón cuando se puso a su lado pero se limitó a llamar a la camarera. Respiré aliviada y lo vi muy claro. Tenía que ir antes de que fuera tarde. Estaba a punto de levantar mi culo del asiento y acercarme cuando Rose llegó del baño y se puso en medio de mi campo de visión.

—¿Qué te pasa? —preguntó al ver mi cara.

—Está aquí. —Dije sin más.

—¿Quién?

—Addison, joder —musité entre dientes—. Mi jefa.

—¡¿Qué?! —Rose abrió los ojos como platos como si su mayor fantasía se estuviera haciendo realidad. ¡Maldita pervertida!—. ¿Dónde?

La aparté empujándola del hombro para indicarle y mi cara se transformó al ver de nuevo la barra.

No estaba.

Addison no estaba.

—Mierda... —hice un rápido barrido visual. No se había desplazado en la barra, no estaba bailando en la pista, no se había sentado en ninguna mesa. ¿Dónde coño había ido tan rápido?

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora