Capítulo once.

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Así que ahí estaba yo, sentada en el sillón pegada a la pared con Addison cerca, muy cerca. Nos separaban cuarenta escasos centímetros. Me habló de los cócteles que le gustaban, sus chupitos favoritos y la cantidad de cerveza que podía beber si se lo proponía. Era magnético verla hablar. Como en las reuniones. Tan expresiva con las manos, tan elegante. Todas y cada una de las expresiones de su cara, una auténtica delicia. Los nervios se fueron escuchándola. Por un momento se me olvidó que estaba sentada (o acorralada) por mi jefa. ¡Mi maldita jefa! Estaba allí, en una situación bastante íntima donde no había espacio personal, y cachonda. ¿Lo estaría ella tanto como yo? Me mordía los labios cada vez que sentía el feroz impulso de ir a besar su boca. Me limité a escucharla fingiendo que me interesaba un montón saber qué clase de cerveza le gustaba beber. Apreté el sillón con fuerza dos o tres veces, conteniéndome. Eran tan inmensas mis ganas de ella... Nunca había sentido algo así, tan carnal, tan impulsivo.

—Addison —suspiré cerrando los ojos—. ¿De verdad no vamos a hablar?

—¿De qué quieres hablar? —preguntó poniendo la mueca de duda más adorable que he visto en mi vida.

—De... lo nuestro. Ya sabes.

Addison frunció los labios y acortó un poco más la distancia en el sillón.

—Háblame de ti —propuso cambiando radicalmente de tema—. Quiero... saber pequeñas cosas.

Mi cara de desconcierto le sacó una sonrisa.

—No me mires con esa cara —susurró.

—Todo esto —empecé a decirle sin saber muy bien cómo iba a terminar la frase— es muy confuso para mí. Quizá tú estás acostumbrada, no lo sé. Pero yo desde luego no. No me suelo acostar con nadie en la primera noche, no suelo hacer cosas obscenas en el baño de un lugar público. Ni mucho menos me ha pasado llegar mi primer día de trabajo y ver... a esa persona siendo mi jefa. Es posible que tú hayas tenido una vida más intensa y que hayas pasado por situaciones similares pero...

—¿Por qué le das tantas vueltas a las cosas? —me interrumpió—. Me encantó lo que hicimos en el baño. Me encantó ver tu cara el lunes por la mañana. Pero lo que más me encantó fue fingir que no nos conocíamos de nada.

Chasqueé la lengua contra el paladar y bebí de mi cerveza. Lo necesitaba. La boca estaba seca como el cemento.

—Desde que te vi en la oficina, he estado bloqueada toda la semana.

—¿Bloqueada? —esbozó una simpática sonrisa—. Tu artículo de... dildos no dice lo mismo. Si haces eso cuando estás bloqueada, ¿qué harás cuando no lo estés?

Tomé una bocanada de aire sintiendo el corazón latir con fuerza. Addison cada vez estaba más cerca (¿o me lo parecía a mí?).

—Y eso de hablarte de usted... se me hizo más duro de lo que pensaba.

—¡Eso es! ¿Dónde quedó tu respeto? ¿Qué haces hablándome de tú?

—Lo, lo siento doña Addison. Ha sido un lapsus por la situación y el ambiente. No quería ofenderla.

Ella soltó una divertida carcajada llevándose una mano a la boca y me miró.

—Estás preciosa cuando te alteras —confesó. Su dedo rozó el dorso de mi mano. Un escalofrío desde mi pie hasta la cabeza. Me acarició durante tres agónicos minutos—. Me encanta cuando me hablas de usted.

¿Le encantaba? ¿Eso quería decir que le ponía? ¿Que subía su libido? Tenía que pasarse el día cachonda en la oficina.

—No lo llevas —dije al ver que de su cuello no colgaba la libélula. Le señalé con el dedo—. El collar.

Addison LaneWhere stories live. Discover now