Capítulo treinta y tres

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Arreglar mi vida no era tan fácil como parecía. Estaba completamente desmoronada aunque fingiese que no. Daniel fue el amor de mi vida, me casé con él y sí, era la mujer más feliz del universo hasta que todo fue cambiando. ¿Cómo iba a decirle que había encontrado la felicidad en otra parte? Que ya no estaba bien con él y que quería... dejarle. Sonaba tan aterrador en mi cabeza. La idea de decirlo en voz alta, de decírselo a... él, era horrible. Ver a Abigail salir de esa manera del Ambrosía me dejó pensativa. Esa noche no pude pegar ojo dándole vueltas al tema. ¿Se lo digo yo a mismo? ¿Me espero a mañana? Las tripas se quejaban. En cuanto abriera la boca mi vida cambiaría en cuestión de segundos.

Mira, esta conversación no es fácil así que toma asiento. Hace mucho que te lo tenía que haber dicho pero soy una cobarde. No he visto la oportunidad. Yo..., no soy feliz, Daniel. No lo soy. Desde hace tiempo estoy viviendo en una burbuja extraña de la que no sé salir. En la que no estoy bien. Y de verdad que soy una egoísta porque llevo callada mucho tiempo. No..., no quiero seguir con esta relación. Ya no siento lo mismo. Necesito hacer otras cosas, moverme por otras zonas... cambiar mi vida por completo.

Tantas veces había pensado qué decirle, dónde, cuándo y cómo... y nunca veía la manera de hacerlo.

En cuanto entre por la puerta se lo dices, Addison —me dije delante del espejo después de ensayar nuevamente el discurso.

Pero cuando visualizaba su cara de hombre bueno entrando, con esos ojos llenos de vida llegando a buscar un beso de bienvenida, mi mundo se iba a abajo.

Abigail me hacía sentir cosas que jamás hubiera creído posibles. Su enfado me dolió más de lo que imaginé. Ahí fue cuando me di cuenta de que ella es algo más que un simple lío de una noche, mucho más que una empleada. Abigail llegó a mi vida pisando fuerte y algo dentro de mi se removía cada vez que escuchaba su nombre.

Hoy es el día —suspiré, me miré y asentí con decisión.

A los cinco minutos la puerta principal se escuchó, me senté en el sofá del salón y esperé a que apareciera. Como cada día, Daniel llegó hasta mí aflojándose la corbata, me plantó un beso en los labios y me preguntó qué tal mi día.

Bien. —Dije sin más.

El mío agotador. Estoy deseando darme una ducha —se giró para mirarme de forma sugerente—. ¿Te apuntas?

Ducharme con él no era la mejor manera de buscar la conversación.

«¿Y si se lo digo mientras nos duchamos?», pensé, pero lo descarté automáticamente. Era una completa locura.

Te espero aquí, cariño.

Está bien... como quieras —volvió a darme un beso y se fue.

Aproveché para abrirme una cerveza. Quizá si estaba algo borracha la conversación sería mucho más fluída. Me costaría menos sacar el tema. Las manos me sudaban y el color de mi piel pasó a ser de un blanco extraño. La vibración del móvil sobre la encimera captó mi atención.

Un correo de otra empresa.

Cosas de trabajo.

Nada interesante.

Lo dejé a desgana y bebí un trago.

«Daniel Cariño, tenemos que hablar». Sonaba bien... dentro de lo horrorosa que es esa frase. Quizá tenía que empezar la conversación así. O igual era mejor suavizarla un poco. Hacerle beber un poco de vino, hablar sobre su día agotador y después decirle que quería comentarle una pequeña cosa. En cuanto el grifo de la ducha dejó de sonar, supe que quedaban pocos minutos para que mi vida se fuera a la mierda.

Mi marido apareció por el salón con los pantalones cortos de su pijama, sin camiseta y los pies enfundados en unas graciosas zapatillas que yo le regalé. Se dejó caer en el sofá y me regaló la sonrisa más bonita.

¿Has empezado la fiesta sin mí? —dijo al verme con la cerveza en la mano.

¿Quieres una?

Te quiero a ti.

«Vaya..., me lo va a poner difícil», pensé. «A lo mejor hoy no es el día».

«¡¡No!!», respondió una voz enfadada en mi cabeza. «¡Si empezamos así nunca será el día!».

Y tenía razón.

Había que hacerlo.

Ya no valían las excusas.

Había que cortar con aquella farsa de matrimonio en la que solo uno de los dos era feliz.

La verdad es que me vendría genial una bien fresquita después del día de hoy.

Sonreí de lado y esperé a que volviera de la cocina.

¡En cuanto volviera se lo iba a soltar a bocajarro!

Quedé mirando el pequeño sillón, testigo de muchas cosas. Yo ahí sentada y Abigail desnudándose para mí. El suelo donde tantas cosas habíamos hecho. Mi entrepierna dio un chasquido, humedecí mis labios y cerré con fuerza los ojos tratando de no evocar más recuerdos.

«No soy la misma desde que te encontré, Abby», la frase que le lancé aquella noche sin pensar llegó a mi mente. Y era verdad. No era la misma.

Y eso me preocupaba a la misma vez que me hacía sentir bien.

Mi entrepierna dio otro pinchazo al ver el cojín que usamos para nuestra sesión de sexo. Suspiré y bebí un trago.

¡Aquí estoy! —Daniel se sentó junto a mí y brindó su cerveza contra la mía sin previo aviso—. Una bien fresquita como me gusta.

Me subí a horcajadas sobre él y metí la mano en el interior de su pijama. Él abrió los ojos como platos.

Vaya... —susurró—, ¿qué te pasa hoy? ¿Estás juguetona?

Le besé con rabia, con lágrimas en los ojos y pensando en ella.

Daniel me rodeó con sus grandes brazos, me agarró del trasero y me pegó a su abdomen, en un gesto rápido y desesperado me bajó los pantalones y las braguitas y sacó su pene ya erecto. Lo movió entre su mano sin dejar de besarme, antes de hacer el amago de introducirlo en mi vagina pero cuando lo sentí tan cerca no pude. Tuve que parar.

¿Qué pasa? —la preocupación en su rostro—. ¿Estás bien? ¿Quieres ir a la cama?

Negué con la cabeza tratando de volver a conectar con el planeta tierra. En mi mente estaba ella todo el rato y ella...

No puedo.

¿Cómo que no? ¿Qué pasa? —me agarró del brazo haciendo que le mirase—. ¡Addison! Dime qué ocurre.

Nada.

¡Venga ya!

Cerré los ojos un segundo y me bajé de él para desaparecer del salón sin volver a mirarle. Me sentía sucia, asquerosa y la peor mujer del planeta tierra.

¡¡Addison!! —gritó desconcertado—. Dime qué coño acaba de pasar. ¿Qué te ocurre?

Silencio.

¡¡Addison!! —vociferó—. Joder... su día parece que no ha ido tan bien —. Concluyó en voz alta antes de comenzar a masturbarse para terminar lo que había empezado.

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora