Capítulo treinta y cuatro

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 —La has cagado.

La sentencia de Rose fue clara. El Ambrosía esa tarde de martes estaba lleno de gente pero mis amigas y yo teníamos nuestra mesa y nadie nos movería de allí.

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque no va a arreglar nada.

Fruncí el ceño esperando otra aclaración.

—Abby —dijo Rose apoyando los codos en la mesa—. Addison Lane no tiene nada que arreglar. A ella le gusta eso. Le gusta estar con su marido y salir a escondidas con jovencitas guapas como tú.

Negué rotundamente y Elena le dio la razón a Rose, cosa que me dolió.

—Estoy con ella. Si no lo ha arreglado ya, ¿qué te hace pensar que lo hará ahora? A tu jefa le gusta eso de poner los cuernos con gente de su mismo sexo.

—Es una viciosa —comentó Rose entre risas.

—A la gente le da una cara y a escondidas tiene otra. Eso es así. Y no va a cambiar —sentenció Elena.

—Así que, tengo razón —Rose asintió tan fuerte que creí por un momento que se desencajaría la cabeza—. Addison te quiere para el sexo y nada más. Su vida es la que es.

—No estoy de acuerdo con vosotras —dije tajante—. Entre ella y yo hay algo especial. Algo que no puedo explicar. Y no podéis entender.

—No. —Rose se incorporó para agarrarme de las manos—. Lo que está pasando es que te estás pillando de esa mujer. Y es lo peor que puedes hacer.

—Lo de la conexión especial no existe —añadió Elena—. Y te lo decimos de corazón y sin filtros porque somos tus amigas y creemos que tienes que saberlo para que no te pegues la hostia de tu vida, Abby.

Sentí lágrimas en los ojos que oculté agachando la cabeza.

Mis amigas no tenían razón.

No estaba de acuerdo con ellas.

Para nada.

Ellas no lo entendían pero entre Addison y yo sí que existía esa conexión. ¡Sí que existía, por Dios! Sonaban fuegos artificiales con cada mirada. Era la única que me había dado cuenta de que Addison Lane necesitaba ayuda para salir de ese bucle en el que estaba, para ponerle un punto y final a su matrimonio. Para ayudarla a desplegar las alas. Y me daba igual que fuese conmigo o no. Lo único que quería es que esa mujer fuera libre, feliz.

La conversación, para mi suerte, derivó a todos los modelitos que Rose había visto en una página de internet. Mis amigas hablaban de cómo conjuntarlos mientras yo seguía dándole vueltas al tema de Addison. ¿Cómo ayudarla a decirle a su marido lo que estaba pasando? ¿Acaso ella se lo querría decir? Lo único que tuve claro después de un rato analizando la situación fue que tenía que hablar con ella. Busqué en mi teléfono su número y tras mirar dos veces la agenda de arriba abajo me di cuenta de que..., nunca he tenido su contacto con mi móvil.

Salí a la calle con la excusa de que iba al baño e hice una llamada rápida a Vanesa. Le pedí el número de Addison y le pedí que no me preguntase para qué era. No pudo cumplir su palabra.

—¿Vais a quedar? ¿Qué está pasando? —preguntó con curiosidad—. Me lo tienes que contar todo.

—Vanesa —dije advirtiéndole de que no siguiera.

—Es que me lo tienes que contar todo —dijo—. Y si te pregunta que cómo has conseguido su número personal, ¿qué le vas a decir? No puedes meterme en medio.

—No te preocupes, no lo haré.

—¿De verdad?

—De verdad.

Ya me inventaría algo. O le diría alguna tontería para salir del paso. Vanesa insistió unas cuantas veces más en que le contase para qué quería el número de la jefa antes de colgar. Tragué saliva, miré la pantalla con todas las cifras. Esas cifras que me harían conectar con ella y pulsé el botón de llamada.

Su voz, sexy y serena sonó al otro lado.

Tardé unos segundos en hablar.

—¿Dígame? —volvió a preguntar.

—Hola. —Estaba tan nerviosa que no sabía ni hablar.

—¿Con quién hablo?

—Soy Abby.

Silencio.

—Perdona por llamarte a tu número personal —dije apresurada—. Es que..., tenemos que hablar.

No respondió y eso hizo que mis nervios se disparasen aún más.

—¿Addison?

—Sí...

«¡Joder, qué mujer más difícil!».

—¿Qué me dices? ¿Podemos vernos?

—No.

Mi boca se secó con ese «no».

—Es que..., he estado pensando y...

Ella me interrumpió.

—No podemos vernos, señorita Abigail. No tengo nada que hablar con usted.

—Pero Addison, déjame que te...

—Buenas tardes. —Fue lo último que escuché antes de que me colgase.

El mal cuerpo que se me quedó después de esa llamada me duró horas. ¿Cómo iba a entrar de nuevo en el Ambrosía? No podía decirle a mis amigas que había cometido la tontería de llamarla a su número para hablar con ella y que encima me había rechazo de una manera tajante.

«Se acabó», pensé. «Mi relación con la jefa se ha ido a la mierda».

Tuve muy claro que nunca más me trataría igual, que nuestros encuentros sexuales se habían terminado al colgar esa llamada y que ahora sería una jefa dura y cruel conmigo.

Así de rápido pasan las cosas.

—¿Te habías colado por el váter? —preguntó Rose con media sonrisa al verme llegar.

—No. Había cola —mentí.

—¿Y por qué traes esa cara? —preguntó Elena que captó mi humor desde lejos.

—No traigo ninguna cara —dije—. Estoy un poco cansada. Creo que me voy a casa ya.

—¿Ya? —Rose alzó las cejas—. Que agua fiestas.

—Sí, necesito descansar y tumbarme en la cama —admití—. Me duele un poco la cabeza.

—Te mereces descansar —respondió Elena.

Les hice un gesto con la mano y me retiré a punto de llorar con la intención de meterme en mi cama y no salir de allí hasta el día siguiente. No tenía hambre. No tenía ganas de nada. Solo de enfundarme en mi pijama y llorar. Llorar mucho. Llorar hasta que me sangrasen los ojos.

Addison LaneWhere stories live. Discover now