El pollo

201 28 17
                                    

Capítulo 36
El pollo

Mara

¡Puta madre!

La fila para pagar en el super mercado es enorme y lenta.

¡Vine por un maldito pollo rostizado!

¡Un pollo!

Mi novio cuenta conmigo.

¡Le dije que cocinaría uno y no puedo llegar sin el maldito pollo!

Me siento frustrada.

Y muy enojada.

Veo constantemente la pantalla de mi teléfono, viendo cómo avanza minuto tras minuto el reloj. Llevo cinco sin moverme un sólo centímetro.

—¿Por qué tardan tanto?—me atrevo a preguntar en voz alta, pero nadie responde.

Veinte minutos son los que pasan y yo sólo avanzo cuatro personas; aún restan 30 más en la fila.

¡Es todo!

No puedo soportarlo más, así que me adelanto entre la gente y le dejo a la cajera un billete de 500 pesos, largándome de ahí.

No puedo esperar un minuto más porque, en primer lugar, el pollo se enfriará, y en segundo lugar ¡quiero coger!

Camino apresurada entre los pasillos y el detector de la entrada suena cuando lo atravieso. Le ignoro por completo y continúo hacia mi auto. Escucho cómo un par de voces me llaman a mis espaldas, pero ya perdí bastante de mi tiempo ahí dentro y no perderé ni un segundo más.

Tomo las llaves de mi bolso y quito el seguro del carro. Abro la puerta y cuando he puesto un pie adentro, mi brazo es sostenido salvajemente por un hombre de uniforme.

—Suélteme —pido.

—Lo lamento señorita, pero debe acompañarme.

—¿Qué tontería está diciendo?—pregunto asqueada.

—Debe regresar a pagar la mercancía que tomó del súper, o en su defecto, entregármela.

—Ni loca regreso a ese infierno, y tampoco regresaré el pollo porque sí lo pagué —señalo e intento subir a mi auto pero no puedo hacerlo por culpa de ese guardia de seguridad que me sostiene—. ¡Hey!

—Le pido amablemente que me acompañe.

—Y yo le pido amablemente que me permita subir a mi auto e irme de aquí porque ya voy tarde y estoy muy furiosa. Además, usted no tiene ningún derecho de impedirme que lo haga.

El hombre me mira desafiante y saca su radio para hablar a través de él. Achico la mirada mientras escucho cómo habla por el aparato, diciendo sólo barbaridades y con un código que no conozco, y gracias a Eric, ¡vaya que conozco!

Es sólo un payaso en este ridículo circo.

La charla del radio termina y nuevamente la discusión entre ambos empieza. Intento explicar el malentendido, pero una patrulla con refuerzos llega en su auxilio. Esta vez un par de policías municipales -es decir, ahora sí son reales- se detienen frente a mí.

Si fueran igual de eficientes para tratar la delincuencia y los verdaderos problemas que enfrenta la ciudad, viviríamos en el Edén.

—Necesita pagar la mercancía que tomó —dice uno de ellos.

—¡La pagué! ¡Dejé el dinero en la caja! Sólo me salté la fila.

—Eso es ilegal —arremete la policía a su costado.

El oficial de mis sueñosWhere stories live. Discover now