Acto 6

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Eran las dos de la madrugada, la residencia Furukawa estaba en completo silencio, en completa oscuridad, Hanako se despertaba bastante adolorida del cuello, el cual le dolía bastante por haberse quedado en el suelo toda torcida, su estómago vacío comenzaba a hacerle ruidos y a dolerle por el hambre, los ojos los tenía lagañosos, y aún se sentía terriblemente miserable con todo; sin mucho afán de nada es que se dirigió a la cocina sin encender las luces ya que también le dolía la cabeza, su respiración aún se entrecortaba por todo lo que había llorado, abrió la alacena y sacó de ahí una sopa instantánea, la colocó bajó el chorro de agua caliente de ese termo que siempre se encontraba en la barra de la cocina, espero a que estuviera lista para comenzar a comer, pero antes de sentarse a la mesa su celular comenzaba a sonar alterando por unos instantes a esa niña. A pesar de haber reconocido el nombre de contacto en la pantalla de su teléfono, se sintió desilusionada al recibir tal llamada, después de haber pasado por una difícil noche y de haber despertado en un estado más que miserable, había estado esperando que la llamada fuera una buena noticia o algo que pudiera animarla, sin embargo, al parecer no era así, lo que solo aumentó su sensación de tristeza y decepción en ese momento.

—Hola querida —contestaba alegremente.

—Madre —respondió con un suave tono de voz, aunque algo indiferente—, ¿Eres consciente de la hora qué es aquí?

—¿Tan tarde es? —Realmente lo preguntó de buena manera, pero se hacía pensar que se mofaba de la situación.

—Son las dos de la mañana. —Hanako que conocía bien a su madre decidió no pelear, y bastante desganada le comenzaba a responder de manera más cordial.

—¿No puedes dormir?

—Estudiaba mujer, —mintió—, ¿Qué necesitas? —desvió con desgano el tema de la conversación.

—Mi hermosa niña, siempre tan responsable, quería saludarte, espero que estés comiendo bien.

—Sí, lo hago madre.

—Perfecto, ¿Te ha llamado tú padre?

—No, solo tú.

—Bueno, el verdadero motivo de mi llamada es para avisarte que espero llegar antes de Navidad querida.

—¿Qué no llegarías a mediados de noviembre?

—Era lo establecido querida, pero se juntaron varias marcas y se extendieron las fechas de los eventos, además la semana de la moda se movió hasta noviembre.

—Supongo que no hay problema —dijo con gran resignación.

—Intentaré llamarte querida, no te desveles tanto, también disfruta de tu edad, te amo, besos. —Colgó.

La chica dejó su teléfono en aquella mesa, suspiró con gran fuerza, tomó su sopa y comenzó a comer sin distraerse más, aunque lo cierto era que esa llamada solo logró llenar su alma de pesadumbre y desasosiego; se levantó y arreglo todo aquello que ocupó en la cocina, se dirigió a la entrada de su casa, tomó su maletín, acomodo sus zapatos, dejando la planta baja impoluta, después de eso subió a su habitación, se quedó inerte en la oscuridad que inundaba la habitación permaneciendo sentada en su cama, suspiró varias veces más antes de tomar un analgésico para su dolor de cabeza y cuello, cambió su ropa y colocó su pijama, solo para acostarse sin muchas ganas de realmente nada.

Pasaban las horas, despertaba esa chica de un metro cincuenta de estatura bastante desganada de todo y por todo, sintiéndose terriblemente miserable, no queriendo levantarse de aquella calentita cama, no importándole que tuviera escuela, aunque lo cierto era que su sentido de responsabilidad era muy grande y pese a la miseria que la albergaba decidió ponerse de pie, eran las seis y diez de la mañana, prácticamente no había dormido nada aún así tallo sus ojos, tomó su toalla y se dirigió al cuarto de baño para ducharse, algo que realizó con tranquilidad, al finalizar se vistió con aquel lindo uniforme escolar color negro y detalles en rojo y blanco, se cepillo su cabello y se peino con un medio moño colocando un lindo broche de una estrella, al bajar a la cocina, estaba lista para preparar su desayuno y obento del día, pero cuando escuchó que tocaban a la puerta de su casa, giró su verde mirada hacía la pared para ver la hora en aquel reloj, seis veinticinco, bastante extrañada se acercó a esa puerta, abrió con lentitud y lo que vio la dejó totalmente perpleja, sin palabras en su haber. Dio algunos pasos hacía atrás, esa visita suya entraba a su vivienda con un penetrante mirar en tonalidades ocre que la dejaba atónita, quedando completamente a esa tierna niña desconcertada, sin saber qué hacer, qué decir, o cómo reaccionar, peor aún cuando le tocó con suavidad su dulce carita.

Di mi nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora