Acto 18

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Llegaron hasta Yugen, aquella localidad alejada del bullicio de esa gran ciudad, Shang suspiraba lleno de agonía, no quería separarse de esa pequeña niña de ojos como el jade, había esperado tanto tiempo para simplemente dejarla ir tan pronto, sintió un enorme vuelco en su interior, quería compartir más maravillosos instantes a su lado, pues creía firmemente que cada momento a su lado era más qué excepcional. Al estacionar esa camioneta todo terreno enfrente de la casa de esa niña, el desespero se apoderó de él, ¿Eso lo hacía débil? Posiblemente no, pero sí obstinado, Shang tomó la mano de esa niña, la miró profundamente a los ojos, esos hermosos y hechiceros ojos jade, no dijo nada, no podía decir nada, el silencio lo era todo, Hanako entonces entendió a cabalidad, sonrió y acarició la mejilla de ese hombre de ojos miel, mientras jugueteaba un poco con su cabello castaño, esa chica no decía nada, ¿No sabía qué decir? No, solo entendía que no debía decir algo, Shang apretó su agarre y ella imitó su acción, quedando tomados de las manos por varios minutos. Los cuales Hanako entendió eran los que necesitaba Shang.

—¿Por qué no me detienes preciosa? —cuestionó débilmente.

—¿Quieres qué te detenga? —respondió con suavidad.

—¿Qué quieres tú, preciosa?

—Cierra los ojos, pide un deseo, esto podría durar para siempre, sí tan solo pudieras quedarte conmigo, ahora.

Shang sonrió, Hanako le había recitado un fragmento de una canción que solía escuchar, volvió su mirada a ella y la beso con profunda dulzura, sin dejar de soltar esa pequeña manita que aún no se atrevía a abandonar.

—No me hagas esto preciosa, no cites esa canción y esperes que simplemente me vaya.

—No lo hago lobito, nunca te he detenido en hacer nada, y hoy no será el día en el que empiece. —Sonrió.

Bajó de esa camioneta con tranquilidad, Shang la vió marcharse a de a poco y no pudo con eso, no pudo más, salió corriendo hasta topar con ella, la abrazó fuertemente impidiéndole su ida, aferrándose a ella, besando sus labios con desespero, apretándola cada vez un poco más, temiendo la sola idea de soltarla, se alejó un poco y vió a una chica sonriendo ampliamente, sus ojos demostraban alivio, sin alejarla de su presencia es que ambos ingresaban al domicilio de esa jovencita de verde mirar. Shang la continuó besando con gran desespero, sosteniendo su carita contra la suya, los dedos de ese hombre fueron hábiles y comenzaron a rozar la piel de aquel suave cuello, sin dejar sus dulces labios, Shang seguía acariciando el resto de su tersa piel, dejando muy poco espacio entre la tela y su mano, iniciando con aquella labor de arrancarle nuevamente ese vestido, empero no quería ser el salvaje de siempre, al menos porque supo que ese vestido era importante para aquella niña que poseía en sus labios.

Al terminar de desabotonar el vestido lo dejó resbalar por la suavidad de su piel, se arrancó el saco de un movimiento, la corbata y la camisa, cargo a Hanako en sus brazos, siendo atado por ella con sus piernas a la altura de su cintura, subía lentamente por aquellas escaleras hasta llegar a la habitación de esa niña, y al recostarla con suavidad, comenzó a lamerle el cuello, disfrutando de su sabor, de su olor, se arrancó lo que le hacía falta de sus ropas y penetró a esa niña, la cual gritó fuertemente. El pequeño cuerpo de Hanako se contrajo por sentirlo en su interior, entre los espasmos que sentía y los movimientos de ese castaño fue inevitable para esa jovencita no continuar gritando, el placer que sentía la abrumaba demasiado, le dejaba la mente en blanco, incapaz de detenerlo, incapaz de siquiera intentarlo, aquel vaivén de caderas la enloquecía con cada entrada y salida de su estrechez, Shang conocía muy bien sus puntos más sensibles, siempre fue así, desde el primer encuentro que tuvieron; era esa niña solo capaz de sentir el placer de como Shang jugaba con su pequeño cuerpo, las manos de ese hombre tocaban cada rincón de su persona, tomándola con peculiar interés en sus caderas, Hanako sabía bien qué significaba, aquel hombre estaba por culminar, intensificó más esas entradas y salidas enloqueciendo más a esa jovencita que no paraba de gritar, aquel castaño continuó haciéndolo hasta el instante en el que esa niña experimentó el éxtasis absoluto, liberando el suyo también.

Di mi nombreWhere stories live. Discover now