Acto 16

17 1 0
                                    

Llegó el tan esperado día donde esa jovencita de gemas jade cumpliría su tan ansiado cometido, pensaba que posiblemente lo vería aquel hombre de mirada y sonrisa seductora como un lindo gesto de su parte, sin embargo lo cierto era que los nervios hacía mella en ella comiéndosela viva, y no era precisamente una situación que la pudiera controlar muy bien que digamos; las palmas de sus pequeñas manos le comenzaban a sudar, algo realmente extraño, emanaba de ella un vuelco de nervios en su estómago, las náuseas comenzaban a ganar terreno, y era innegable que su dulce carita estaba sonrosada, hasta su respiración se volvía un tanto contradictoria armonizando con su agitado y frágil corazón.

Daban las ocho en punto de la mañana, Hanako Furukawa salía en total tranquilidad de su domicilio familiar, una brillante emoción iluminaba su andar, al igual que una inminente incertidumbre ante lo desconocido, pero lo cierto es que es bien sabido que la humanidad suele temer a lo que no conoce. Su andar se volvía un tanto inquieto, y sin embargo un tanto animado, las emociones de aquella jovencita de dieciséis años de edad estaban a unos decibeles difíciles de explicar con simples y banales palabras, a cada paso que daba, se acercaba un poco más a aquel instituto escolar; a pesar del frío clima que invadía esa hermosa blanca mañana del catorce de febrero, los sentimientos de esa dulce y frágil niña de gemas esmeraldas emanaban un sutil calor que cubría su entero y pequeño ser, Hanako Furukawa nunca había aprendido a usar sus emociones de la manera correcta, por tanto no sabía controlar el miedo, la felicidad, la ansiedad, la preocupación, el temor, se había acostumbrado esa jade a simplemente ocultar cualquier sentimiento a los demás, demostrandose fría, indiferente, solitaria, ¿Pero, qué podía realmente hacer una simple jovencita qué siempre había estado sola?

Entraba con tranquilidad Hanako por el largo patio del que era su colegio, su preparatoria, con la mente ida en un vaivén de ideas confusas y un tanto desesperanzadoras, la interrumpía aquel jovencito de ojos profundos como el océano y cabellos con tintes azulados.

—Hanakubrubrubru —le gritó muy animado corriendo desde la entrada principal hasta la entrada del edificio escolar; la jovencita giraba su rostro con bastante vergüenza esperando que solo fuera eso su único inconveniente, no obstante, no contaba con lo impredecible que podía llegar a ser Kaito Difrey y su excesivo demuestre de afecto poco usual, llegando a abrazarla al instante en el que Hanako lo miraba con irritabilidad.

—¡Qué bien molestas Kaito! —gritó con molestia.

—Ja ja ja, ¿Por qué tan molesta desde temprano? ¿Acaso no te dieron el suficiente amor en la mañana? —Le mueve las cejas de forma pícara y juguetona.

—¡Idiota, cállate! —exclamó más que avergonzada, notándose sus mejillas nada sutilmente teñidas.

La risa del moreno se hizo presente, la mirada desafiante de Hanako lo hizo aún más, parecía que entre ambos estallaría una inminente guerra campal, empero un jovencito de tercer año se acercaba con algo de timidez ante la castaña pidiendo hablar con ella en privado, consiguiendo así que Hanako dejará aún lado todo rastro de molestia contra Kaito, enfocándose por unos breves instantes en aquel jovencito de penetrante mirada gris. Ambos jóvenes, la jade y el grisáceo se retiraron a una arboleda que había cerca del lugar, los nervios invadían el ilusionado corazón de ese joven que esperaba que sus palabras fueran lo suficientemente fuertes para alcanzar la potente coraza que significaba ser Hanako Furukawa.

—¿En qué puedo ayudarte Nakawa? —dijo Hanako decidiendo ser ella la que hablará primero.

Aquella atmósfera en la arboleda parecía estar cargada de grandes expectativas y nerviosismo. Kenta Nakawa tragó grueso, intentando encontrar valor para poder expresar sus verdaderas motivaciones guardadas en su corazón, con manos temblorosas y los nervios a tope, sacó de su mochila una caja de chocolates cuidadosamente decorada, extendiéndola hacía Hanako, dejando a la chica con un amargo sabor de boca, pues considerada a ese jovencito de cabello negro y ojos grisces alguien admirable solo en lo académico.

Di mi nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora