Capítulo 13.

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Capítulo 13| Eres el amor de mi vida.

Antonella Cavalcante:

La música se detiene cuando mi padre hace sonar su copa suavemente y con una sonrisa se pone de pie para así dar por iniciado el brindis hacía los novios.

—Nunca pensé que mi mejor amigo encontrase el amor otra vez— empieza Thomas, mirándolos a ambos con esa peculiar sonrisa suya— Te agradezco a ti, Irene, por amar a nuestro Lionel, por apoyarlo y por hacerlo enamorarse una vez más. ¡Brindo por ustedes y por ese amor que se que perdurará!

La madre de Irene también brinda junto a su padre, sacándole lagrimas a su hija.

Todos alzan sus copas y brindan, yo igual, con amargura. Bebo, bebo y bebo para intentar calmarme, para que la ansiedad no me carcoma pero no es suficiente y siento que nunca lo sería. La garganta me quema tras cada trago que bebo, pero con el paso de las horas solo es cuestión de ignorarlo.

Me atrevo a buscarle a él por la estancia y cuando lo encuentro la respiración se me entrecorta. Aquel traje entallado que no había tenido la oportunidad de detallarle con anterioridad, le sentaba de maravilla. Ya se había quitado el saco y la corbata, así que la camisa blanca con algunos botones abiertos le daban un toque feroz que no me evitó suspirar con deseo.

«Deseándolo en su propia boda, Antonella»

Lo escruté con la mirada, al otro lado de la mesa, riendo y besando a su esposa con afecto, lo que me hizo sentir náuseas al instante. Ruego que me mire a mi, que sea a mi a quien presuma, aunque sea por un milisegundo, pero no lo hace. Sus ojos no conectan con los mío y no me hace sentir aquella electricidad que necesitaba en aquellos tristes momentos.

Me pongo de pie, tambaleándome un poco pero sonriendo para disimular. Logro llamar la atención de todos en la mesa y por primera vez en la noche, la de él.

—¿A donde vas, cielo?— pregunta mi padre con una pequeña sonrisa, colocando una de sus manos en mi cintura con actitud protectora.

Me aclaro la garganta antes de excusarme con una leve sonrisa y el tono de voz más suave que pueda.

—Necesito ir al baño.

—¿Necesitas que te acompañe, Nelly?— me pregunta Eleanor, interceptándome ya cuando llevaba medio camino.

Niego.

—¿Necesitas un momento?— me acaricia la mejilla con ternura y asiento— venga, estaré fuera del baño, esperando por ti.

Mi espalda se desliza por la pared del baño y las lagrimas que he estado conteniendo desde que lo vi en el altar, siendo liberadas al fin. Tal vez nadie lo entendería nunca, tal vez algunas personas me llamarían ilusa e incluso patética pero lo que sentía yo por ese hombre no lograría borrarse en mil años de luz.

Me agarro el pecho e intento que esto no me afecte mas de lo que ya lo ha hecho. Inhalo y exhalo, intentando ponerme una nueva barrera en el corazón que lo mantenga fuera y no pueda hacerme mucho más daño del cometido, un nuevo muro de acero que me protejan de esto y de todo lo que se me vendría encima.

Sorbo por la nariz y me levanto para caminar por el baño en línea recta, ordenando mis ideas y poniendo mis sentimientos en orden.

—Maldición— murmuro cuando siento que el vomito me sube por la garganta y me niego a dejarlo salir. Lo último que quería era arruinar mi atuendo y lucir espantosa.

No se cuanto tiempo duro en el baño pero cuando ya me siento lista para dar la cara una vez más, abro la puerta con suavidad. Eleanor se encuentra frente a mi con una botella de ron y una flamante sonrisa mientras bajamos las escaleras para así dirigirnos nuevamente a la fiesta.

El Mejor Amigo De Mi Padre. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora