Extra I.

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Extra I.

Antonella Herrán:

Tres años después.

Acaricio mi panza con ternura y miro a mi pequeño con adoración quien se encontraba en el regazo de su padre y este repetía todo lo que mi esposo le decía. Sonrío cuando la palabra «hermanita» sale de su boca, una y otra y otra vez.

Estaba agradecida y de más quedaba decir que me encontraba encantada con la vida, que tres años después, Lionel y yo habíamos estado construyendo. Nos habíamos casado un año después de encontrarnos nuevamente e instalado en nuestro hogar, la mansión Herrán, cuando Leone nació.

Leone Andrei Herrán, nuestro pequeño, nuestro tesoro y cómo nos gustaba llamarle, «Leoncito». Estábamos agradecidos por haber tenido la dicha de tener un hijo, fruto de nuestro amor, juntos. Leone había sacado los ojos de su padre y me recordaban de donde venía cada vez que los veía antes de irme a la cama. Aunque Lionel decía que se parecía a mi con el color de cabello, con la nariz, era todo él. Pese a estar muy pequeño, era muy burlón y tal vez mi esposo no se daba cuenta, pero los dos tenían las mismas expresiones faciales.

Así que sí, mi hijo era un segundo Lionel. Una copia de su padre.

Y lo amaba, con locura. Amaba la forma en la que me besaba las mejillas a todo momento, la forma en la que se aferraba a mi cuello y mucho más la forma en la que me llamaba «Mamma». Cuando descubrí que estaba embarazada por segunda vez temí a que mi niño no lo aceptara, pero si lo hizo y todos los días desde ese momento se duerme abrazado a su hermana.

Así supe que iba a ser su protector.

Mi niña en camino, Alma Paloma Herrán, mi luz. La amaba y aún no la conocía. Había sido recibida con alegría y felicidad, nadie se lo esperaba y aún así. Lionel confesó que estaba encantado de tener una mini yo, que si fuese por él tuviese diez mil hijos más conmigo.

—Mi amor— llaman y yo salgo de mis pensamientos para enfocar la vista en los dos hombres de mi vida— Anda, piccolo, dile lo que te enseñé.

Sorellina— señala mi panza descubierta con una sonrisa boba y yo suelto una risita risueña.

—Enséñale español también, vejestorio, no todos sabemos italiano.

Ma se ti ho detto che potevo insegnarti.

—¡Lionel!

Leone ríe.

—Venga... vayamos a bañar a este revoltoso hijo tuyo que en pocas horas estarán llegando tus familiares.

Desde donde estoy, lo miro con una ceja alzada.

—También son familiares tuyos.

—Oh, ese insoportable hermano tuyo no es nada mío— se ríe.

Le saco el dedo de en medio y Lionel se escandaliza.

—¡No delante de la criatura, Antonella!— chilla.

—¡Venga ya, adúltero, que se yo lo que le estarás enseñando en italiano!— rompo a reír. Y este, aún más indignado, coge al niño y se pone de pie. Mi lindo chico de ojos azules y cabello marrón, rizado, mira a su padre confundido.

—¿Mamma?— me señala.

—Mamá se va a quedar sola por que tú y yo nos vamos, Leoncito.

Mi hijo balbucea algo poco entendible y se marcha en los brazos de su padre. Suelto un suspiro y dejo caer la mano en mi panza, donde siento una patada por parte de Alma.

El Mejor Amigo De Mi Padre. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora