tres

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Xia, 2022

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Xia, 2022

A cada segundo que pasaba, me arrepentía más y más de haber firmado el maldito contrato.

Tampoco había tenido ninguna opción, no cuando Ophelia ni siquiera me había preguntado si estaba dispuesta a viajar a Luxemburgo para grabar un anuncio; había dado por hecho que me apetecía, obligándome a escribir mi nombre sin dejarme apenas tiempo para leer todas las cláusulas y asegurarme de que todo estaba bajo control ya que, según ella, no aceptar aquella oferta supondría sentenciar mi carrera a una muerte prematura e inevitable.

Aun así, había decidido hablar del tema con Skylar, exponiéndole todo lo que pensaba. Como era de esperar, había empatizado conmigo desde el primer momento, aunque había acabado soltando lo que veía venir: que ella, de estar en mi situación, accedería sin pensárselo dos veces. Al fin y al cabo, a pesar de que no era lo que quisiera hacer, toda aquella parafernalia contaba como una grabación; conocería a un nuevo director y a un equipo de producción que podían hablar bien de mí una vez acabase todo, recomendándome a gente más importante.

También le había pedido su opinión a Eleonor, quien se había convertido en una de mis mejores amigas en los últimos meses ya que, al no estar metida en aquel mundo, podía darme su punto de vista, más externo y mucho menos sesgado. El problema era que su personalidad se parecía mucho a la de Skylar, así que había acabado en el mismo punto de inicio en el que había empezado: sintiéndome ahogada y con las manos atadas.

Por eso mismo, al final no me había quedado otra opción que asentir y firmar aquella sentencia.

Así que ahí estaba, esperando en una cafetería del aeropuerto a que Ophelia apareciese y diera aquel maldito viaje por comenzado. Con el móvil encendido y la pantalla apuntando hacia arriba, para enterarme así al instante de si me mandaba un mensaje, repasé los guiones de las audiciones que tenía concertadas para cuando volviese de Luxemburgo y me dediqué los siguientes minutos a darle pequeños sorbos al chai latte que me había pedido, tratando de memorizarlos.

Justo cuando logré concentrarme e ignorar la voz insoportable que me taladraba la cabeza —y que no dejaba de repetirme que, si no fuese una fracasada, no tendría que conformarme con todo aquello—, el dispositivo vibró por una notificación de mi mánager, que me informó de que estaban esperándome en la terminal correspondiente. Tanto ella como Kavan.

Cerré los ojos e inspiré hondo, apretando la mandíbula y los puños en un intento de calmar el latido furioso de mi corazón. No eran nervios, porque yo nunca me ponía nerviosa, sino estrés e impotencia, entremezclados con el hartazgo y el enfado que llevaba ya un tiempo calentándome las venas.

Quería marcharme, dejar mis cosas tiradas y encerrarme en mi apartamento durante años, pero no podía; tenía que tragarme todo el agotamiento que había acumulado durante meses y sonreír con la barbilla bien alta. Fingir que estaba bien aun cuando no era así ni de lejos. Hacerme la buena y la inocente, siguiendo de esa manera el papel que me habían impuesto en contra de mi voluntad.

Tréboles para KavanWhere stories live. Discover now