quince

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Xia, 2022

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Xia, 2022

Por mucho que lo intentase, no podía dormir.

Había perdido la cuenta de todas las veces que me había levantado de la cama para pasearme por la habitación, de todas las veces que me había sentado en el sillón, de todas las veces que me había acercado a la ventana para ver cómo la luna subía bajaba en el cielo y de todas las veces que había resoplado, agobiada e inquieta por el cúmulo de emociones que sentía en mi interior.

No tenía muy claro qué era peor; si el insomnio, que las pastillas para la ansiedad no hubieran hecho el efecto que esperaba, que odiase dormir vestida o la tensión que seguía quemándome las venas por la conversación que había tenido con Kavan. Además, por si todo aquello no fuese ya suficiente, tampoco ayudaba tenerle a mi lado, medio desnudo y respirando profundamente, con su calor corporal trepando por cada una de mis extremidades y electrizándolas sin apenas esfuerzo.

Cuando volví a tumbarme a su derecha, con mucho cuidado para no hacer ruido ni rozarle y despertarle, se dio media vuelta y me aprisionó entre sus brazos, empujándome de tal manera que mi espalda chocó contra su pecho. Inhalé hondo por la sorpresa, lo cual fue muy mala idea, ya que el leve aroma de su perfume masculino lo inundó todo y me envolvió en una nube amaderada que casi me hizo suspirar.

—¿Has tenido alguna pesadilla y por eso estás tan nerviosa? —preguntó somnoliento.

Su voz grave me hizo cosquillas en el oído, el cuello y la espalda. También en el estómago y en el corazón, que se me aceleró hasta alcanzar niveles peligrosos al notar sus labios, carnosos y calientes, sobre mis omoplatos. No los besó, pero para mi cuerpo era como si lo hubiese hecho, porque se encendió tanto que parecía que me hubieran encerrado en medio de un huracán de fiebre y fuego fatuo que amenazaba con consumirme por completo.

Aguanté la respiración justo en el momento en que se pegó más a mí, rodeándome la cintura con una sola mano. Sus dedos estaban tan calientes que parecieron ser capaces de traspasar la fina tela del camisón que llevaba, y que en ese instante me sobraba más que nunca. No solo porque era incómodo, sino también porque quería sentir su piel contra la mía, que me acariciase sin nada de por medio.

Agradecí que no me pudiese ver, porque noté cómo se me sonrojaban las mejillas por la imagen que se me instaló en la mente, una en la que aparecíamos los dos, con nuestros cuerpos tan enredados entre sí que no se distinguía dónde empezaba uno y terminaba el otro. No sabía en qué demonios estaba pensando, cuándo había pasado de detestarle —o de fingir que lo hacía, porque en el fondo no había ningún motivo real para odiarle— a desear que me arrancara la prenda y me tocase con mucha menos dulzura y delicadeza.

Lo único que sabía era que, al menos, no era la única que se sentía de esa manera.

—Ni siquiera he dormido —casi jadeé, incapaz de pensar con claridad. Si ya era difícil de por sí por el cansancio, que sus dedos se hundieran en mi piel no colaboró ni un poco—, pero no importa. Vuelve a descansar.

Tréboles para KavanWhere stories live. Discover now