doce

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Kavan, 2022

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Kavan, 2022

Volver a la rutina era justo lo que necesitaba para volver al presente y aclarar todos mis pensamientos, recordar qué me importaba de verdad y las promesas que me había hecho a mí mismo.

La primera, y quizás la más importante de todas: nada de relaciones, nada de juntarse con chicas —ni siquiera para una noche de desenfreno—, nada de problemas. La segunda: priorizar a mi equipo y centrarme en la temporada, demostrarle a todo el mundo lo buen jugador que era y lo mucho que me merecía ser el portador del dorsal número diez.

Pero, como siempre, no todo me había salido como planeaba, y la razón tenía nombre y apellidos.

Daba igual lo mucho que lo hubiese intentado, obligándome a mantener la mente ocupada; mis pensamientos siempre acababan centrados en la maldita Xia Huang, en la intimidad y confianza que demostramos en la dichosa piscina, en el beso que habíamos protagonizado bajo la lluvia, en la discusión que habíamos tenido antes de marcharme de Luxemburgo... Y eso me impedía concentrarme en todo lo que se me pusiera por delante.

Era más que consciente de que el equipo no dependía únicamente de mi desempeño o de si anotaba un gol o no, porque era trabajo en equipo, pero aun así me sentí muy culpable cuando empatamos a cero con el Stade de Reims, un partido crucial si queríamos subir puestos en la Ligue 1 y ganarla en un futuro próximo. Mis compañeros, al ver lo mucho que me estaba machacando por el resultado, intentaron animarme y recordarme que aún había muchos encuentros por delante y que era normal tener una mala racha.

No había servido para nada.

El fútbol era lo único que se me daba bien, lo único en lo que destacaba, y estaba tirando todo por la borda por una chica que se me había metido en la cabeza y que, con todo pronóstico, no correspondería nunca la atracción que sentía por ella. Incluso cuando en el fondo ambos sabíamos que era recíproca y más que evidente, casi imposible de ignorar.

—Eleonor me acaba de decir que viene en una hora —me informó mi hermano, sacándome de mis pensamientos y haciendo que volviese a la realidad—. ¿Crees que podremos terminar todo antes de que llegue? Porque yo no estoy tan seguro y quiero que todo esté perfecto, y...

Le puse una mano en el hombro para callarle. Cuando entraba en bucle, era casi imposible sacarle de ahí dentro y conseguir que se calmase, en especial cuando su nerviosismo tenía que ver por su novia. Por eso mismo, le zarandeé hasta que dejó de parlotear y darle vueltas a la cabeza, algo que con el paso de los años se había convertido en su especialidad.

—No tienes de qué preocuparte, Kylian. Estoy seguro de que Riviere amaría cualquier cosa que hicieras por ella —le dejé bien claro—. De hecho, me apuesto lo que sea a que, si le regalases un trozo de mierda envuelto en un lacito, se tiraría a tus brazos y te daría las gracias una y otra vez.

El cumpleaños de Eleonor era el diez de octubre; no obstante, como caía en lunes y era imposible cuadrar horarios teniendo en cuenta que la mayoría de los invitados estudiaba lejos de París, habíamos decidido adelantarlo al día de antes, el domingo, para organizar una fiesta sorpresa.

Tréboles para KavanWhere stories live. Discover now